sábado, 29 de marzo de 2014

Dulce Horrors



La primera helada del invierno se delataba en las mejillas enrojecidas de la hermosa Dulce. Era de noche y su jornada de trabajo había terminado. Al despedirse de sus compañeros, el hecho no pasó desapercibido para Lidia, su mejor amiga.

—¿Estás segura de que no quieres que te llevemos a tu casa? –preguntó Lidia.

El novio de Lidia esperaba en un viejo sedán blanco; su actitud no era la más amable, y la antipatía con Dulce era mutua, por lo cual ella no dudó en declinar la invitación.

—Descuida, estaré bien. Necesito estar un rato a solas y creo que caminar me hará bien.

—Entiendo, pero cuídate mucho, no quiero que pesques un resfriado y mañana nos contagies a todos –Lidia sonrió y se subió al coche.

El camino a la casa de Dulce no era largo; si acaso, poco más de un kilómetro; sin embargo, sí era algo desolado y poco seguro. Las orillas de la ciudad nunca están bien iluminadas y las penumbras de los terrenos no construidos, dificultan el paso. Aún así, Dulce caminó tranquilamente sobre la carretera hasta la gasolinera donde compraría algunas cosas para la casa. La tienda de paso no era muy grande, los pasillos angostos estaban reducidos al paso de una sola persona y la mercancía colgaba hasta del último espacio que hubiera en las paredes, y en algunas partes, hasta del techo. El turno nocturno ya había comenzado y Miguel (el encargado), ya se encontraba detrás de la caja revisando sus cuentas.

—¿Cuantas veces por noche revisas la caja, Miguel? –preguntó Dulce.

—Todas las necesarias. No me gusta robarle a los clientes para cubrir mis faltantes, así que prefiero mantener todo en orden.

—No exageres, si de noche sólo estás tú. La única forma de que te falte dinero es que entren a robar y bueno... En ese caso ya no hay nada que hacer.

Miguel se perdió en sus pensamientos mientras escuchaba la voz de Dulce. Hacia meses que estaba enamorado de ella, pero al confesarselo, lo único que consiguió fue convertirse en su mejor amigo. Pese al rechazo, Miguel siguió tratando de convencerla para que aceptara salir con él, en cada oportunidad que se le presentaba. 

—¿Qué vas a hacer este viernes? –preguntó Miguel.

Antes que Dulce pudiera contestar, se escuchó la campana de la puerta y de la oscuridad de la calle, ingresaron dos tipos mal encarados que se dirigieron directamente al mostrador.

—Dame unos Delicados (cigarros) y un Cuervo (tequila) de tres cuartos –dijo el mayor de los recién llegados.

Era noche de caza para los hermanos Zamora, y Rubén (el hermano mayor), se deleitaba la vista con el pantalón ajustado de Dulce. Un chasquido fue suficiente para prevenir a René (el otro hermano) quien se adelantó a encender el auto.

—Me hacen falta cinco pesos –dijo Rubén para probar las agallas del encargado–, ¿no hay problema, verdad?

Miguel temía que si protestaba por el abuso, las pérdidas físicas y de dinero, serían mayores, y tampoco estaba a gusto con la idea de parecer un cobarde frente a Dulce; la indecisión lo hizo sudar, pero antes de que pudiera decir una palabra, Dulce se adelantó.

—Serían veinticinco pesos más con el refresco y las mentas que se llevó tu compañero, pero si dejas los cigarros quedan a mano –dijo Dulce sin titubear.

Rubén apenas pudo contener las ganas de ahorcar a Dulce; su mirada iracunda la retaba a que dijera una palabra más para descargar toda la rabia que sentía. En cambio, ella evadió los ojos de Rubén y astutamente miró a la cámara de seguridad que mostraba su ojo vigilante con la luz roja encendida. El hombre volteó hacia la pantalla que los mostraba en el video y decidió esperar por una mejor oportunidad. Con una sonrisa nerviosa abrió los cigarrillos, tomó uno y después de encenderlo, aventó la cajetilla sobre el pecho de Miguel y dijo:

—No te importará regalarme un cigarro, ¿verdad?

Miguel estaba avergonzado; sólo hizo una mueca para que Rubén se fuera de la tienda, pero lo que consiguió fue que su cliente lo pusiera en evidencia al amenazar a Dulce:

—Tienes más pelotas que está basura, y voy a disfrutar mucho cuando te vea hablar frente a las mías... –dijo Rubén y salió de la tienda.

Dulce sacó un par de billetes para pagar sus viandas y tratando de restar importancia al incidente, retomó la propuesta que tenía pendiente.

—Este viernes pasarán un documental sobre lobos en la TV; si quieres venir a casa, lo podemos ver juntos.

Aunque la intención era buena, el resultado fue inevitable.

—Será mejor que no vaya –dijo Miguel tratando de evadir la mirada de Dulce–, tu casa aún está lejos y si me asaltan en el camino, no estarás ahí para defenderme.

Después de abandonar la tienda, Dulce caminó tratando de olvidar el incidente, pero la actitud de los hombres se le hacía tan aberrante que no conseguía dejar atrás el tema. Miguel era el caso de mayor problema, pues aunque no le interesaba como pareja, había llegado a estimarlo como su amigo.

"Al diablo con todos" –pensó Dulce mientas cruzaba el puente sobre el canal de aguas negras–. "Es por eso que no soporto seguir viviendo en esta estúpida ciudad. Mañana mismo renuncio y me largo de aquí".

Las luces del viejo Valiant de René, se encendieron al mismo tiempo que el menor de los Zamora pisó el acelerador a fondo. El coche estaba escondido detrás de un remolque por lo que Dulce no lo reconoció al pasar junto a él; sin embargo, ahora era más claro de quién se trataba, por lo que comenzó a correr como si el mismo diablo la persiguiera. El instinto la condujo hacia el bosque que separa su casa del resto de la ciudad. Al final del puente había una caseta abandonada y junto a ella, unos fierros apilados que le podían servir para defenderse. Tomó uno y retomó la carrera, pero un puñetazo directo a la cara la mandó al piso dejándola desorientada.

La risa burlona de Rubén hacia eco por los alrededores, y después se acompañó por la de René quién estacionó el coche junto a la caseta.

—¿Ahora ya no te sientes tan lista, verdad? –gritó Rubén. 

Con una patada de Rubén en la cara de Dulce, comenzó la venganza de los Zamora. El ridículo no estaba permitido para sus personas y lo que sucedió en la tienda frente a Miguel, fue suficiente para desatar la ira de ambos. Dulce se quedó sin habla, aunque aún estaba consciente y con fuerza para tratar de perderse en el bosque.

—¿Dónde vas pequeña zorra? –gritó René y corrió tras ella para alcanzarla unos metros más adelante.

Dulce cayó boca abajo, con el peso de René encima y las manos de su atacante rompiendo el pantalón y su ropa interior; la práctica lo había vuelto rápido, pero algo en su víctima no era como en las otras violaciones. Dulce no gritaba, sólo intentaba defenderse golpeando el rostro de René, y lo hacia bien; tanto, que fue necesario que Rubén le recordara la patada con otra de igual fuerza, esta vez en el estómago. Dulce se quedó sin aire y sólo podía arrastrarse y retorcerse del dolor.

—¡Eso es justo lo que quiero, perra! –dijo Rubén con la emoción de un niño que se ha sacado un premio en la feria–. Intenta ponerte en pie; así voy a disfrutar más cuando te parta los huesos y ese lindo trasero que le presumías al tarado de la tienda.

René se acercó y dijo:

—¡Aquí tengo algo grande que te va a...

Él no pudo terminar la frase porque una criatura parecida a un perro grande, le saltó encima; derribándole y tratando de morder su cuello. Rubén cortó el cartucho de la pistola que portaba y no se detuvo al disparar sobre la criatura hasta que se vació el cargador. Y de nuevo volvió a cargar su arma para asegurarse de que la bestia no estuviera viva, pero su hermano lo detuvo pidiendo auxilio. El brazo izquierdo de René había desaparecido desde la altura del codo y perdía sangre rápidamente. 

Los hermanos salieron corriendo hasta el auto mientras la criatura se retorcía por el impacto de las balas. Dulce se puso en pie y se acercó a la masa peluda que gruñía con fuerza para verla de cerca. En poco tiempo la criatura se recuperó y al ponerse en pie, superó por más de treinta centímetros la estatura de ella. En total media un metro con noventa centímetros, y al final del cuerpo, remataba una cabeza grande, de hocico delgado y repleto de filosos dientes que lograron arrancar el brazo del violador, sin problema. Un licántropo u hombre lobo, había salvado a Dulce de la violación y de una muerte segura o quizás su aparición era el mayor problema.

La retirada de los hermanos fue inmediata, pero el camino fue el equivocado. Creyendo que el lycan había muerto, Rubén sólo se preocupó por atender a su hermano en algún hospital; el más cercano estaba a veinte minutos hacia el centro de la ciudad, por lo que tomó la ruta del puente. Dio la vuelta con el coche y perdió tiempo valioso que el lycan aprovechó para ir tras ellos. 

—!No! –gritó Dulce y cerró los ojos al ver quedo. la criatura corría hacia ella. En su carrera, el lycan sólo pasó por un costado de ella, alborotando el viento que le recordó su desnudez.

La persecución no duró mucho tiempo; a mitad del puente, el lycan alcanzó a los hermanos y los golpeó de costado para volcarlos sobre el asfalto, pero la fuerza no fue suficiente para conseguirlo, por lo que se podía deducir que se trataba de un lycan joven; sin embargo, la llanta izquierda se estropeó e hizo que Rubén perdiera el control. El Valiant se estrelló un par de veces sobre la barra de contención, y una tercera vez lo hizo en un punto que ya estaba afectado, por lo que la barra cedió y el auto calló al agua sin que el lycan pudiera asirlo con sus garras.

Un fuerte rugido de frustración de escuchó por los alrededores mientras la corriente de las aguas se llevaba a los hermanos, atrapados en el Valiant.

—Ay, ya cállate! –gritó Dulce desde la caseta del puente.

El lycan se dio la vuelta y comenzó a caminar lentamente hasta quedar frente a ella. Su respiración, aún agitada, liberaba un viento fuerte que sacudía el cabello de Dulce. Ya no estaba desnuda; en su mano derecha cargaba una maleta, donde sacó un pantalón y una playera. Después de aventar las prendas en la cara del lycan dijo:

—¡Eres un tonto! ¿Cuántas veces tengo que repetir, que primero debes atacar a los que estén más lejos de mí? ¿Y qué fue eso de perseguirlos como perro rabioso? –En medida que la reprimenda aumentaba, el lycan regresaba a su estado humano, su apariencia era la de un adolescente, varios años más joven que Dulce. –Esa rabieta se pudo haber escuchado hasta la gasolinera, ¿acaso nos quieres ver disecados en algún laboratorio?

—Ellos estaban escapando e igual nos hubieran delatado– argumentó el lycan a su favor–. Aún puedo ir a sacarlos, no deben estar muy lejos.

—¿Bromeas? Después de caer ahí yo no los comería nunca –dijo Dulce y se cubrió las orejas para tranquilizarse–. Está bien, dejemos esto ya; vamos a casa, Dani.

El hermano menor de Dulce se sintió avergonzado, pues había fallado por tercera vez, al salir a cazar junto a su protectora. Dulce no era lycan; sus "aptitudes" iban más allá de las de un hombre lobo, pero había adoptado al pequeño desde hace algunos años; él era su hermanito cachorro.

—¿Y ahora qué va a pasar con la comida? –Preguntó Dani un tanto temeroso de la respuesta.

—¿Tú que crees?

—¿Otra vez policía congelado? –dijo Dani haciendo una rabieta–. No me gusta, está lleno de grasa. ¿Por qué casi todos los polis que cazamos, están así?

—Porque sólo cazamos a los malos, Dani. Y es común que los más corruptos reflejen en su persona lo que son. No te quejes, el acosador de la semana pasada estaba fornido y sin rastro de drogas. Ya encontraremos otro así.

—¿Cuándo hermanita?

—Pronto... Muy pronto.


Jorge López García
"El Malevólico"


Los derechos de la foto pertenecen a Dulce Horrors.

lunes, 17 de marzo de 2014

Luna y Máti...



Corría el mes de Octubre, y los vientos funestos del próximo invierno se acercaban a la cúspide de las montañas que rodean el valle. Las caras blancas de sus cimas se reflejaban argentas sobre la superficie del lago. La luna, oronda y acogida por la tranquilidad de la noche, se embelesaba del paisaje y de su propia figura rozando las orillas de las aguas. Nunca antes deseó ir más allá de la superficie líquida, pero en esta noche, se encontraba impronta sobre la tierra húmeda, una huella impropia del paraje. Una criatura que no caminó antes por el lugar, dejó la marca de su paso rumbo a la espesura del bosque. La huella del pie desnudo de un hombre, hizo volar la imaginación del cuerpo celeste, porque desde que contempló su creación, nunca había visto a un humano de cerca. Siempre los contempló a lo lejos en sus nacimientos, en sus apresuradas vidas y en sus muertes solitarias. Y por todos esos años como testigo, la curiosidad sobre lo que eran, la sobrecogió en una mortal desobediencia.

El agua bañó los surcos de la huella con una ola inusual que obedeció la voluntad de la luna, como lo hace la marea de los grandes mares. La caricia apresuró la transformación y sobre los pasos del hombre, caminó una hermosa mujer desnuda de piel pálida, cabellera escarlata y figura venusina. La belleza más pura se encarnó debajo de una piel para ir al encuentro de su anhelo milenario. Los árboles le calzaron con sandalias hechas de raíces y distintas criaturas tejieron para ella, finos vestidos que la cobijaron del sereno. La penumbra se apoderó repentinamente de la tierra, y para no abandonar a las criaturas a la oscuridad absoluta, la aurora boreal iluminó el bosque y principalmente el sendero por donde "Luna" dio sus primeros pasos.

No muy lejos del lago, en un claro pronunciado; un montículo de piedras labradas se alzaban como refugio para pernoctar con seguridad. La luz pálida de la fogata dentro de la casa, se escapaba de las gruesas paredes, iluminando los alrededores y delineando las figuras de los árboles más cercanos. Dentro del refugio, un hombre joven atizaba las brazas para mantener el fuego. Su cuerpo forjado y robusto, reposaba inerte con la mirada perdida entre las llamas que serpenteaban retadoras hacia el cielo.

Tú eres "hombre", el último que fue creado, el heredero. dijo Luna, en pie desde la puerta.

Los ojos del hombre se abrieron desorbitados ante la aparición. Su razón se debatía entre la negación y el deseo de que aquella hermosa mujer fuera real. ¿Qué hacía una mujer así en aquél lugar?

¿Quién eres tú? ¿Qué haces aquí? ¿Qué o a quién estas buscando? preguntó el hombre.

Soy Luna, la centinela de tu especie y de toda la creación que les concierne. He venido a conocer al heredero de los antiguos, de los primeros y únicos.

Si no te conozco, ¿quién te habló de mí y por qué dijo cosas que no son ciertas?

Una brisa gélida cruzó el portal y se estampó sobre la hoguera que avivó su presencia y al mismo tiempo, permitió que el hombre embriagara sus ojos con el cuerpo de la deidad celeste. El frío lo hizo reaccionar ante su inesperada compañera que también lo observaba en silencio.

Pasa y calienta tus manos junto al fuego. Esta noche es fría, ya se avecina el invierno.

Luna se acercó al fuego, despacio, casi sin poder creer que su deseo se había realizado. Su cuerpo, a pesar de no ser completamente humano, experimentó la calidez de un sentimiento; una sensación única que le recorría desde los pies hasta la punta del último cabello. ¿Qué poder tan extraordinario poseía este hombre, que con unas pocas palabras había capturado su voluntad y de alguna forma, su cuerpo? Ella miraba sus labios y su pecho mientras sus manos temblaban conteniendo el deseo de palparlo.

Lamento decir que no soy quien buscas dijo el hombre. Los hombres de donde vengo, me llaman Máti y sólo he heredado soledad y pobreza. Por eso es que vine a este lejano lugar, esperando encontrar un poco de comida y paz. ¿Eres de alguna aldea cercana?

Esta es mi casa, el valle entre las montañas escarpadas; los restos del paraíso al que los tuyos renunciaron por capricho y que ahora pisas de nuevo. Has vuelto.

Máti no entendió una sola palabra de lo que decía Luna, pero a pesar de su ignorancia, había algo en ella que lo cimbró desde lo más profundo de su ser. El tiempo se detuvo entre sus miradas y el aliento de ambos fue uno, discorde a la llama que envidió el calor que de ellos emanaba. El espacio entre sus rostros se cerró providencialmente y concluyó en un beso. No, inició con un beso. Despertó el anhelo aún desconcertante para Luna y ansiado por Máti desde hace tiempo. La lujuria se apartó con sus tórridos romances y dejó paso a la sublime experiencia de la unión; la entrega. La piel y sus sugestivos pliegues; sus texturas matizadas en rojizas tonalidades, aumentaron su rubor al roce de las cavidades latentes y las caricias que ambos se prodigaron en una noche de segundos indefinidos y minutos milenarios. La gran muralla de piedra que se dibuja en el horizonte, retrasó la llegada del alba y les concedió un suspiro y su bondad. Se conocieron en el transcurso de la madrugada, poco antes que arribara a su lecho, el mensajero del día.

Levanta tu cuerpo de la tierra y vuelve al cielo, hija argéntea de mi Padre; hermana mía clamó una voz desde el portal de piedra. He venido a llevarte ante su presencia pues tu desobediencia no podrá ser ignorada. 

Máti se incorporó y por instinto escudó a Luna, imposibilitado para vislumbrar la presencia divina que los acechaba.

¿Quién eres y qué es lo que deseas? Sal donde te pueda ver dijo Máti con voz agitada.

El mensajero mostró su luz, pero no un cuerpo que Mátipudiera rechazar.

Estoy frente a ti, pero no me podrás contener, porque así lo ha querido mi Padre; porque así lo han conspirado los que te antecedieron.

Máti lanzó un golpe al aire y su frustración se desbocó en gritos que conjuraban la desaparición del mensajero. Luna esperó la caída de su caballero y al verlo postrado a sus pies, lo consoló entre su regazo y le dijo:

Es designio de la creación, que una deidad no se una a un hombre por ningún motivo, y yo falté con alevosía la voluntad que juré aceptar. Ahora me tengo qué marchar y mi presencia sobre los terrenos del hombre no podrá volver a ser de esta forma. Mi alma quedará enclaustrada entre las capas de la materia inerte del astro menor que atraviesa los cielos, pero este sentimiento que en nuestra comunión ha despertado, me brindará la luz y la paz para recordarte desde el destino que me espera.

¡Cómo puede un padre castigar así, la felicidad de sus hijos? gritó Máti con rabia amarga ¡Qué falta puede merecer la tortura de la soledad? !En qué forma lo ofendí para someterme a esta pérdida; este capricho de jugar con mi destino? 

Luna imploró tiempo al mensajero para sembrar un poco de consuelo en Máti, y con plena calma y ternura dijo:

Nuestras vidas transcurrían con una conformidad deshonesta, amalgamada durante años en tu vida y por milenios en la mía. Nuestro encuentro cambió el significado de nuestra existencia para siempre, y nos brindó libertad y amor. Sin embargo, un propósito mayor requiere nuestro sacrificio y completa dedicación, y es por el amor que ahora sentimos, que puede ser posible proseguir con nuestro camino. Tú debes vivir como un hombre, y yo, debo observar y salvaguardar la existencia de tu hogar. Nunca estaré sola porque llevo conmigo el amor que descubrimos en esta noche.

Un beso marcó la despedida de Luna que se encaminó al cielo azul de la mañana. Máti atravesó el portal y ya fuera del refugio, se pronunció  hacia el mensajero y cualquiera que escuchara más allá del espacio abierto. El hombre dijo:

Si es cierto que una falta grave se ha cometido, también espero una consecuencia para responder por mis actos. Yo ya no puedo caminar entre los humanos como uno de ellos; consciente estoy de lo que los demás ignoran y por su propio bien, no debo hablarles ni mirarlos, porque en mis ojos, el brillo de Luna estará al descubierto, y con ello su secreto. Te imploro que me dejes existir por las eras que le esperan a ella, como un vigilante más que no pueda hacer otra cosa que no sea tu voluntad, y si no es posible contenerme en la roca de algún cuerpo celeste, te suplico me albergues en la emoción y canto de las criaturas que en su voz eleven hacia el cielo el amor que por ella siento. Generación tras generación hasta el final de los tiempos.

Máti regresó al refugio de piedra y se escondió de toda luz que le pudiera recordar el arribo del mensajero que se llevó a su amada Luna. El día terminó y las siguientes dos noches, la oscuridad se apoderó del valle y de toda tierra donde la noche se presentaba. Sin embargo, la tercera noche desde el encuentro de los amantes, una inmensa luna se alzó por el cielo nocturno y cerca de la media noche, justo cuando Luna y Máti se conocieron, un lobo negro resurgió del refugio y después de subir al mismo, comenzó su canto y continuó así su destino.



Jorge López García
"El Malevólico" 




jueves, 13 de marzo de 2014

El mejor cazador...



Hace muchos años, durante un verano lluvioso, las aguas del lago mayor aumentaron demasiado su nivel, inundando una gran parte del bosque. Muchas de las criaturas que habitaban en él, perdieron sus guaridas y se vieron en la necesidad de subir a las montañas en busca de refugio.

En esos días, se encontraban una liebre y un zorro, compitiendo en una carrera por salvar la vida, en las orillas de la montaña. La liebre llevaba ventaja y el zorro poco a poco se quedaba sin la posibilidad de conseguir comida, pero las montañas tienen caminos caprichosos que no siempre conducen a un buen lugar, y en una vuelta equivocada, la liebre terminó acorralada en un despeñadero donde no había espacio suficiente para escapar corriendo. El zorro estaba tan hambriento, que no titubeó al atacar a la libre para alimentarse, y una vez que la ahogó en sus fauces, se dispuso a probar su carne.

Antes que el zorro pudiera morder a la liebre, se apareció frente a él, un enorme lobo de pelaje negro. Sus ojos atravesaron al zorro como filosas navajas, y lo intimidaron tanto que tuvo que soltar a su presa y ponerse en guardia. El lobo permaneció inmóvil, aguardando el primer movimiento del zorro para atacar. Entonces el zorro dijo:

—Es obvio que frente a ti, no tengo posibilidad de quedarme con la liebre y por eso prefiero entregarla. Ahora, si fueras tan amable de dejar que me vaya para no molestarte mientras comes, te lo voy a agradecer.

El zorro se acercó por un costado, pero al intentar cruzar por el camino de vuelta, el lobo le cortó el paso, y dijo:

—¿Por qué piensas que yo vengo tras la liebre?

La amenaza era franca, pero cualquier retraso en las intenciones del lobo, significaba un segundo más de vida para el astuto zorro, y dijo:

—Tal parece que la suerte me ha abandonado este día, pero quisiera preguntarte algo antes de que terminemos con este asunto.

El lobo sólo esperó y el zorro tomó esto como una buena señal para continuar.

—¿Por qué prefieres comer la poca carne que tengo en vez de aprovechar la liebre que además ya sólo espera a ser devorada?

El lobo olfateó un poco y después contestó con parcas palabras.

—Ambos serán mi comida.

El zorro continuó aplazando su muerte.

—Entonces planeas comer a uno de nosotros aquí mismo, pero esa no es tan buena idea, porque el sitio no tiene más que una salida y también podrías quedar acorralado. No puedes llevarnos a los dos en tu hocico o te arriesgas a que alguno de tus colegas te quite parte del botín.

El lobo seguía paciente, así que el zorro decidió probar su suerte y tratar de convencer a su enemigo de que le perdonará la vida. El zorro dijo:

—Todo esto parece demasiado trabajo, y como cazador te puedo decir, honestamente, que la carne de un zorro hambriento no es una recompensa equivalente a la cantidad de esfuerzo que tendrás que realizar, pero si somos más directos, yo haré todo lo posible por dejar alguna herida que te dificulte las cosas aún más.

El lobo olfateó de nuevo y con toda tranquilidad se dispuso a matar al zorro. Las palabras del zorro habían sido ignoradas por completo, pero su advertencia era genuina; él perdería su vida mordiendo lo que fuera para lastimar al lobo en la pelea. Ambos agudizaron sus sentidos para evitar cualquier movimiento en falso; sin embargo, en ese momento, un tercer invitado se unió al festín.

Un fuerte rugido se escuchó detrás de unos arbustos y entre el movimiento de la hierba, apareció la figura imponente de un oso pardo. Esto no fue suficiente para asustar a los cánidos, que vieron la aparición del oso como algo predecible.

—Debe ser un día de mucha suerte –dijo el oso con una voz grave y se relamió los labios–. Hace tiempo que no tengo una caza tan singular. Creo que dejaré a la liebre para el desayuno de mañana.

El oso avanzó con su voluminoso cuerpo, pero antes de llegar a donde estaba el lobo, la tierra, que se encontraba saturada de agua por la lluvia, se reblandeció y se desplazó un poco hacia el acantilado. El movimiento sorprendió a todos los presentes, entonces el zorro habló de nuevo a favor de su vida.

—Creo que la comida tendrá que esperar un poco más a menos que quieran buscarla en el fondo del barranco. Así que les propongo que veamos la posibilidad de salir todos de la orilla y después retomar las negociaciones...

—¡De ninguna manera! –interrumpió el oso, alzando la voz–. La única forma que tienen para salir de aquí, es en mi estómago o si es el caso de la liebre, entre mis colmillos.

—Estás muy confiado de que podrás matarnos a los dos –contestó el zorro, seguro de su rapidez–, pero si avanzas más hacia nosotros, los tres caeremos al barranco, y si ambos nos dirigimos corriendo hacia ti, al menos uno podrá salir vivo, lo cual me da más posibilidades a mí por ser de menor tamaño.

El oso guardó silencio; no le gustaba darse cuenta que sus cálculos habían fallado. Entonces fue el turno de hablar para el lobo y dirigiéndose al zorro dijo:

—Te arrancaré la cabeza antes que puedas llegar al oso; tú no saldrás con vida de este lugar.

—Y el oso te matará a ti después de que acabes conmigo –replicó el zorro–. ¿Acaso ya encontraste la forma de evadirlo tú solo?

—No tengo porqué hacerlo, el oso también morirá.

El oso se rió con burla al escuchar la amenaza de un animal menor que él en tamaño y fuerza, y dijo:

—No tienes ninguna oportunidad conmigo, asquerosa sabandija...

El lobo lo interrumpió y le mostró sus afilados colmillos; después dijo:

—Los muertos no hablan así que ya deberías callarte.

Las palabras del lobo sacaron de quicio al oso, quién se abalanzó en su contra para devorarlo, pero como ya estaba anunciado, la tierra cedió ante el peso y los tres cayeron por el barranco.

Después de un rato, cuando la tierra se acomodó de nuevo, en el fondo del barranco apareció el cuerpo sin vida del zorro, y más allá, el lobo rascaba la tierra para sacar a la liebre de donde quedó enterrada. La posición y agilidad del lobo le permitió escapar del alud por una orilla y sortear la caída con un mínimo de heridas; suerte que no acompañó al zorro, quién se encontraba más cerca de la orilla y fue arrastrado por todo el peso del lodo. Una vez rescatadas ambas presas, el lobo comenzó a mordisquear el estómago de la liebre.

—Te dije que no tenías oportunidad conmigo –dijo el oso después de levantarse de entre los escombros–. Ahora te mataré lentamente y me comeré a los tres aquí mismo.

El lobo soltó la presa y dijo con toda calma:

—Para ser un cadáver haces demasiado ruido. ¿Tienes idea qué es lo que me hace mejor cazador que tú?

El oso atacó al lobo, pero este lo esquivó con facilidad, y se repitió varias veces el mismo ataque con el mismo resultado. El lobo se paró en un montón de escombros y miró desde arriba al oso, después dijo:

—Lo que me hace realmente fuerte, es que yo no acostumbro a cazar solo.

Dicho esto, en el montículo aparecieron cinco lobos más, del mismo tamaño e igual fiereza que el primero, y entre los seis abatieron al oso después que lo cansaron. El lobo que sirvió como señuelo recibió su parte de carne y al zorro y la liebre como porciones extras.



Jorge López García.

"El Malevólico"