sábado, 29 de marzo de 2014

Dulce Horrors



La primera helada del invierno se delataba en las mejillas enrojecidas de la hermosa Dulce. Era de noche y su jornada de trabajo había terminado. Al despedirse de sus compañeros, el hecho no pasó desapercibido para Lidia, su mejor amiga.

—¿Estás segura de que no quieres que te llevemos a tu casa? –preguntó Lidia.

El novio de Lidia esperaba en un viejo sedán blanco; su actitud no era la más amable, y la antipatía con Dulce era mutua, por lo cual ella no dudó en declinar la invitación.

—Descuida, estaré bien. Necesito estar un rato a solas y creo que caminar me hará bien.

—Entiendo, pero cuídate mucho, no quiero que pesques un resfriado y mañana nos contagies a todos –Lidia sonrió y se subió al coche.

El camino a la casa de Dulce no era largo; si acaso, poco más de un kilómetro; sin embargo, sí era algo desolado y poco seguro. Las orillas de la ciudad nunca están bien iluminadas y las penumbras de los terrenos no construidos, dificultan el paso. Aún así, Dulce caminó tranquilamente sobre la carretera hasta la gasolinera donde compraría algunas cosas para la casa. La tienda de paso no era muy grande, los pasillos angostos estaban reducidos al paso de una sola persona y la mercancía colgaba hasta del último espacio que hubiera en las paredes, y en algunas partes, hasta del techo. El turno nocturno ya había comenzado y Miguel (el encargado), ya se encontraba detrás de la caja revisando sus cuentas.

—¿Cuantas veces por noche revisas la caja, Miguel? –preguntó Dulce.

—Todas las necesarias. No me gusta robarle a los clientes para cubrir mis faltantes, así que prefiero mantener todo en orden.

—No exageres, si de noche sólo estás tú. La única forma de que te falte dinero es que entren a robar y bueno... En ese caso ya no hay nada que hacer.

Miguel se perdió en sus pensamientos mientras escuchaba la voz de Dulce. Hacia meses que estaba enamorado de ella, pero al confesarselo, lo único que consiguió fue convertirse en su mejor amigo. Pese al rechazo, Miguel siguió tratando de convencerla para que aceptara salir con él, en cada oportunidad que se le presentaba. 

—¿Qué vas a hacer este viernes? –preguntó Miguel.

Antes que Dulce pudiera contestar, se escuchó la campana de la puerta y de la oscuridad de la calle, ingresaron dos tipos mal encarados que se dirigieron directamente al mostrador.

—Dame unos Delicados (cigarros) y un Cuervo (tequila) de tres cuartos –dijo el mayor de los recién llegados.

Era noche de caza para los hermanos Zamora, y Rubén (el hermano mayor), se deleitaba la vista con el pantalón ajustado de Dulce. Un chasquido fue suficiente para prevenir a René (el otro hermano) quien se adelantó a encender el auto.

—Me hacen falta cinco pesos –dijo Rubén para probar las agallas del encargado–, ¿no hay problema, verdad?

Miguel temía que si protestaba por el abuso, las pérdidas físicas y de dinero, serían mayores, y tampoco estaba a gusto con la idea de parecer un cobarde frente a Dulce; la indecisión lo hizo sudar, pero antes de que pudiera decir una palabra, Dulce se adelantó.

—Serían veinticinco pesos más con el refresco y las mentas que se llevó tu compañero, pero si dejas los cigarros quedan a mano –dijo Dulce sin titubear.

Rubén apenas pudo contener las ganas de ahorcar a Dulce; su mirada iracunda la retaba a que dijera una palabra más para descargar toda la rabia que sentía. En cambio, ella evadió los ojos de Rubén y astutamente miró a la cámara de seguridad que mostraba su ojo vigilante con la luz roja encendida. El hombre volteó hacia la pantalla que los mostraba en el video y decidió esperar por una mejor oportunidad. Con una sonrisa nerviosa abrió los cigarrillos, tomó uno y después de encenderlo, aventó la cajetilla sobre el pecho de Miguel y dijo:

—No te importará regalarme un cigarro, ¿verdad?

Miguel estaba avergonzado; sólo hizo una mueca para que Rubén se fuera de la tienda, pero lo que consiguió fue que su cliente lo pusiera en evidencia al amenazar a Dulce:

—Tienes más pelotas que está basura, y voy a disfrutar mucho cuando te vea hablar frente a las mías... –dijo Rubén y salió de la tienda.

Dulce sacó un par de billetes para pagar sus viandas y tratando de restar importancia al incidente, retomó la propuesta que tenía pendiente.

—Este viernes pasarán un documental sobre lobos en la TV; si quieres venir a casa, lo podemos ver juntos.

Aunque la intención era buena, el resultado fue inevitable.

—Será mejor que no vaya –dijo Miguel tratando de evadir la mirada de Dulce–, tu casa aún está lejos y si me asaltan en el camino, no estarás ahí para defenderme.

Después de abandonar la tienda, Dulce caminó tratando de olvidar el incidente, pero la actitud de los hombres se le hacía tan aberrante que no conseguía dejar atrás el tema. Miguel era el caso de mayor problema, pues aunque no le interesaba como pareja, había llegado a estimarlo como su amigo.

"Al diablo con todos" –pensó Dulce mientas cruzaba el puente sobre el canal de aguas negras–. "Es por eso que no soporto seguir viviendo en esta estúpida ciudad. Mañana mismo renuncio y me largo de aquí".

Las luces del viejo Valiant de René, se encendieron al mismo tiempo que el menor de los Zamora pisó el acelerador a fondo. El coche estaba escondido detrás de un remolque por lo que Dulce no lo reconoció al pasar junto a él; sin embargo, ahora era más claro de quién se trataba, por lo que comenzó a correr como si el mismo diablo la persiguiera. El instinto la condujo hacia el bosque que separa su casa del resto de la ciudad. Al final del puente había una caseta abandonada y junto a ella, unos fierros apilados que le podían servir para defenderse. Tomó uno y retomó la carrera, pero un puñetazo directo a la cara la mandó al piso dejándola desorientada.

La risa burlona de Rubén hacia eco por los alrededores, y después se acompañó por la de René quién estacionó el coche junto a la caseta.

—¿Ahora ya no te sientes tan lista, verdad? –gritó Rubén. 

Con una patada de Rubén en la cara de Dulce, comenzó la venganza de los Zamora. El ridículo no estaba permitido para sus personas y lo que sucedió en la tienda frente a Miguel, fue suficiente para desatar la ira de ambos. Dulce se quedó sin habla, aunque aún estaba consciente y con fuerza para tratar de perderse en el bosque.

—¿Dónde vas pequeña zorra? –gritó René y corrió tras ella para alcanzarla unos metros más adelante.

Dulce cayó boca abajo, con el peso de René encima y las manos de su atacante rompiendo el pantalón y su ropa interior; la práctica lo había vuelto rápido, pero algo en su víctima no era como en las otras violaciones. Dulce no gritaba, sólo intentaba defenderse golpeando el rostro de René, y lo hacia bien; tanto, que fue necesario que Rubén le recordara la patada con otra de igual fuerza, esta vez en el estómago. Dulce se quedó sin aire y sólo podía arrastrarse y retorcerse del dolor.

—¡Eso es justo lo que quiero, perra! –dijo Rubén con la emoción de un niño que se ha sacado un premio en la feria–. Intenta ponerte en pie; así voy a disfrutar más cuando te parta los huesos y ese lindo trasero que le presumías al tarado de la tienda.

René se acercó y dijo:

—¡Aquí tengo algo grande que te va a...

Él no pudo terminar la frase porque una criatura parecida a un perro grande, le saltó encima; derribándole y tratando de morder su cuello. Rubén cortó el cartucho de la pistola que portaba y no se detuvo al disparar sobre la criatura hasta que se vació el cargador. Y de nuevo volvió a cargar su arma para asegurarse de que la bestia no estuviera viva, pero su hermano lo detuvo pidiendo auxilio. El brazo izquierdo de René había desaparecido desde la altura del codo y perdía sangre rápidamente. 

Los hermanos salieron corriendo hasta el auto mientras la criatura se retorcía por el impacto de las balas. Dulce se puso en pie y se acercó a la masa peluda que gruñía con fuerza para verla de cerca. En poco tiempo la criatura se recuperó y al ponerse en pie, superó por más de treinta centímetros la estatura de ella. En total media un metro con noventa centímetros, y al final del cuerpo, remataba una cabeza grande, de hocico delgado y repleto de filosos dientes que lograron arrancar el brazo del violador, sin problema. Un licántropo u hombre lobo, había salvado a Dulce de la violación y de una muerte segura o quizás su aparición era el mayor problema.

La retirada de los hermanos fue inmediata, pero el camino fue el equivocado. Creyendo que el lycan había muerto, Rubén sólo se preocupó por atender a su hermano en algún hospital; el más cercano estaba a veinte minutos hacia el centro de la ciudad, por lo que tomó la ruta del puente. Dio la vuelta con el coche y perdió tiempo valioso que el lycan aprovechó para ir tras ellos. 

—!No! –gritó Dulce y cerró los ojos al ver quedo. la criatura corría hacia ella. En su carrera, el lycan sólo pasó por un costado de ella, alborotando el viento que le recordó su desnudez.

La persecución no duró mucho tiempo; a mitad del puente, el lycan alcanzó a los hermanos y los golpeó de costado para volcarlos sobre el asfalto, pero la fuerza no fue suficiente para conseguirlo, por lo que se podía deducir que se trataba de un lycan joven; sin embargo, la llanta izquierda se estropeó e hizo que Rubén perdiera el control. El Valiant se estrelló un par de veces sobre la barra de contención, y una tercera vez lo hizo en un punto que ya estaba afectado, por lo que la barra cedió y el auto calló al agua sin que el lycan pudiera asirlo con sus garras.

Un fuerte rugido de frustración de escuchó por los alrededores mientras la corriente de las aguas se llevaba a los hermanos, atrapados en el Valiant.

—Ay, ya cállate! –gritó Dulce desde la caseta del puente.

El lycan se dio la vuelta y comenzó a caminar lentamente hasta quedar frente a ella. Su respiración, aún agitada, liberaba un viento fuerte que sacudía el cabello de Dulce. Ya no estaba desnuda; en su mano derecha cargaba una maleta, donde sacó un pantalón y una playera. Después de aventar las prendas en la cara del lycan dijo:

—¡Eres un tonto! ¿Cuántas veces tengo que repetir, que primero debes atacar a los que estén más lejos de mí? ¿Y qué fue eso de perseguirlos como perro rabioso? –En medida que la reprimenda aumentaba, el lycan regresaba a su estado humano, su apariencia era la de un adolescente, varios años más joven que Dulce. –Esa rabieta se pudo haber escuchado hasta la gasolinera, ¿acaso nos quieres ver disecados en algún laboratorio?

—Ellos estaban escapando e igual nos hubieran delatado– argumentó el lycan a su favor–. Aún puedo ir a sacarlos, no deben estar muy lejos.

—¿Bromeas? Después de caer ahí yo no los comería nunca –dijo Dulce y se cubrió las orejas para tranquilizarse–. Está bien, dejemos esto ya; vamos a casa, Dani.

El hermano menor de Dulce se sintió avergonzado, pues había fallado por tercera vez, al salir a cazar junto a su protectora. Dulce no era lycan; sus "aptitudes" iban más allá de las de un hombre lobo, pero había adoptado al pequeño desde hace algunos años; él era su hermanito cachorro.

—¿Y ahora qué va a pasar con la comida? –Preguntó Dani un tanto temeroso de la respuesta.

—¿Tú que crees?

—¿Otra vez policía congelado? –dijo Dani haciendo una rabieta–. No me gusta, está lleno de grasa. ¿Por qué casi todos los polis que cazamos, están así?

—Porque sólo cazamos a los malos, Dani. Y es común que los más corruptos reflejen en su persona lo que son. No te quejes, el acosador de la semana pasada estaba fornido y sin rastro de drogas. Ya encontraremos otro así.

—¿Cuándo hermanita?

—Pronto... Muy pronto.


Jorge López García
"El Malevólico"


Los derechos de la foto pertenecen a Dulce Horrors.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario