viernes, 4 de abril de 2014

La envidia...

La suerte no se presentó a la cuna del pequeño Martín en su llegada a este mundo. Su familia era demasiado pobre y un descuido en el embarazo de su madre, hizo que naciera con un brazo más corto que el otro; por esa razón, aquellos que debían protegerle y velar por su vida, hacían escarnio de su defecto hasta el grado de negar su parentesco. Desde niño lo obligaron a trabajar para apoyar la economía de la casa, así que Martín recorrió las calles pidiendo limosna para ayudar a sus “hermanos enfermos”; inexistentes al principio, porque su padre falleció de una borrachera, unos meses después de que naciera. Más tarde su madre se volvió a juntar con otro hombre y tuvo tres hijos más. Los medios hermanos tuvieron mejor suerte, al menos contaban con comida caliente, vestido y calzado nuevo; todos fueron a una escuela mientras que el pequeño Martín se conformaba con las sobras, lo que conseguía de la caridad y un techo dónde pasar la noche. Martín creció deseando el amor y apoyo de unos padres, sentirse protegido y un integrante más de la familia. Él no entendía bien lo que sentía, pero un profundo resentimiento por sus hermanos, crecía con el paso de los años.

A la edad de catorce años se fue a trabajar a una fábrica de cacerolas, donde perdió el brazo que le funcionaba bien y debido a que Martín era menor de edad y estaba trabajando sin permiso, los dueños de la empresa no le pagaron una indemnización o pensión por el accidente; tan sólo le auxiliaron con los primeros gastos del hospital donde le atendieron y después negaron toda relación con el muchacho. La tragedia de Martín ablandó el corazón de los padres, quienes decidieron hacer sus días un poco más fáciles, y sus hermanos se dedicaron a buscar su agrado con esmero, pero en el corazón de Martín, algo más fuerte que su voluntad germinó como maleza en un campo de flores.

El tiempo transcurrió y la vida en la familia de Martín se llenó de conflictos; la mayoría fueron gestados por él mismo, cuando aprovechaba su situación para motivar la culpa de alguno de los padres y obtener así un beneficio ante sus hermanos. El día en que su hermano Héctor celebró su matrimonio, Martín cayó de las escaleras al comienzo de la recepción; nadie supo cómo fue que tropezó, pero sus padres le acompañaron al hospital para coser el descalabro, y orar porque nada peor le hubiese pasado.

Un par de años después, Saúl el segundo hermano más joven, concluyó sus estudios para ingresar a la universidad y estudiar la carrera de médico cirujano, y poco antes de que fuera aceptado en la facultad de medicina, Martín fue atendido de emergencia por una inflamación de la vesícula biliar y su posterior perforación. Los padres de Martín ocuparon, en los gastos médicos, parte del dinero destinado a la educación de Saúl; esto lo obligó a trabajar en horarios nocturnos para poder terminar la escuela.

La vida después de esto fue más tranquila para Martín; al menos por un tiempo, hasta que Javier, el último de sus hermanos, les notificó que se marcharía al país vecino del norte, a buscar suerte y fortuna. La noticia esbozó una sonrisa en el rostro de Martín, quien apoyó desde un principio las intenciones de su hermano. Los padres de Martín se sentían afligidos por el destino de su hijo menor, así que intentaron convencerlo de desistir, pero el muchacho les apartó diciendo que era una decisión tomada y que no debían preocuparse, pues gracias a un amigo, contaba con un lugar para llegar y compañía en el viaje, además de una visa de estudiante que el director de su escuela le estaba ayudando a tramitar en la embajada, y que sólo necesitaba su apoyo para continuar con su destino.

Los padres de Javier no tuvieron más opción que bendecir a su hijo y dejarle partir, pues su esfuerzo lo estaba llevando por un camino que ellos no podían costear. La noticia completa llenó el corazón de Martín con sentimientos encontrados, porque él suponía que su hermano saldría de su casa con sólo la ropa que llevaba puesta y una oración para encontrar un lugar donde sobrevivir, y en cambio, Javier tenía una gran oportunidad frente a sus pasos que no podía desperdiciar.

Todas las noches que le quedaban a Javier en casa, Martín las pasó en vela, ensimismado en sus pensamientos sobre la vida desdichada a la que estaba sujeto. Él hubiera deseado tener la oportunidad de irse de la casa a temprana edad para ser alguien en la vida, al igual que todos sus hermanos lo estaban logrando; sin embargo, estaba sujeto a la caridad de su familia porque en ningún lugar era aceptado. Culpó a su madre de haberse embarazado de un alcohólico y a sus hermanos de restregarle en la cara su felicidad y fortuna… Y entonces llegó el día.

Martín se empecinó en despedir a su hermano antes de abordar el avión, y junto con el resto de la familia, llegaron a la estación del tren que los llevaría al aeropuerto. La mamá de Martín no podía disfrazar el pesar que le provocaba la partida de su pequeño, así que lo abrazaba y atosigaba de besos cada vez que podía. Esto enfureció a Martín a tal grado, que su mente perturbada se olvidó de toda consecuencia y frente a todos los presentes se abalanzó en contra de su hermano para hacerle caer a las vías, justo antes de que arribara el tren. Javier era el más ágil de los hermanos y evitó fácilmente a Martín, quien no pudo asirlo por la falta de brazos, pero al evitarlo, su madre quedó frente al paso de Martín y juntos fueron arroyados por el tren que no pudo detener su paso.

Adriana era el nombre de la mamá de Martín, ella falleció cuando las ruedas del tren la decapitaron. A su hijo, la parca le perdono la vida, mas no así el resto de su familia, quienes lo abandonaron en el hospital donde fue llevado después del incidente. Martín perdió las dos piernas y pasó sus últimos días mendigando en las calles de la ciudad. Dormía en albergues y a veces en algunos parques y puertas de comercios, hasta que un día, mientras pedía limosna en una calle del centro de la ciudad, observó cómo varias personas asistieron a un hombre ciego que intentaba cruzar la calle, y creyendo que ese hombre recibía más atención que él, tomó una punta de metal que cargaba para defenderse y se sacó los ojos, pero desafortunadamente Martín no soportó la pérdida de sangre y falleció a mitad de la acera. Así terminó sus días, con sentimiento que lo gobernó durante toda su vida.


Jorge López García
"El Malevólico"


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