lunes, 9 de diciembre de 2013

Farina Angelias y el hada de la estrella roja (La primera noche)






Capitulo 2
La primera noche


Farina y Maqui partieron de Tazara, antes del alba, rumbo a la colonia de Sórceran, en la punta norte del bosque, donde nace el río Okambo. El viaje era simple —no por eso menos peligroso—, sólo tenían que cruzar con vida la península por el istmo Coyac, entregar la carta de Orfeo al señor de Sórceran y regresar sobre el río en barco. La travesía se hacía de forma anual y la realizaban todos los aprendices de magia de las tres aldeas, pero en esta ocasión, por tratarse de la princesa, el viaje sólo lo haría junto con su amigo Maqui Azed, hijo del primer comandante de las fuerzas del norte. El bosque los recibió con un silencio sepulcral. Todas las travesías eran iguales, el numeroso contingente de jóvenes hacía que el bosque se comportara de forma indiferente la mayor parte del tiempo; sin embargo, ahora se mostraba curioso de saber por qué dos jóvenes habían cruzado la frontera y si es posible los eliminaría.
Los magos avanzaron rápidamente y sin descansar, durante toda la mañana; hubieran preferido volar bajo, pero eso llamaría la atención de los ojos en el bosque. De día, la apariencia del lugar era como la de cualquier otro bosque —en cuanto a plantas se refiere—, pero sin el canto de las aves, el paso incesante de los insectos, la humedad de la tierra y el aroma dulce de las flores. Los árboles eran de tamaño medio, frondosos en ocasiones, pero distanciados lo suficiente como para dejar ver las montañas Pakis que perfilaban el territorio Coyac y protegían el gran valle. Cerca del atardecer, los magos se detuvieron para montar el campamento en una pequeña colina vacía, antes de llegar a las montañas. La cima sobresalía de la altura media de los árboles, por lo que les brindaba a los viajeros la sensación de seguridad en su primera noche.
Maqui realizó un encantamiento en los alrededores de la colina para evitar que fueran sorprendidos mientras dormían. Farina sacó una pequeña caja de cristal negro y la colocó en el piso; después dijo:
—¡Vacuum protector!
La caja negra se expandió hasta alcanzar el tamaño necesario para albergar a ella y Maqui. Farina entró primero, atravesando las paredes de cristal como si fueran una simple ilusión. Detrás de ella, Maqui se disponía a entrar, cuando un movimiento entre los árboles llamó su atención. Tras un breve parpadeo, todo el bosque quedó sumergido en una niebla densa que abarcaba desde las orillas del río hasta la parte baja de las montañas. Decenas de ojos comenzaron a aparecer entre la niebla, con un tono incandescente y amenazador. La mano de Farina apareció desde la oscuridad de la caja y tiró con fuerza del hombro de su amigo evitando así que corriera un riesgo innecesario. La caja se volvió invisible una vez que los magos estuvieron dentro y no volvería a mostrarse hasta la salida del sol por la mañana siguiente.
Desde el interior de la caja era como estar en un cubo de cristal, apenas visible por las aristas luminosas que se encendían cada que alguien o algo se acercaba a la zona protegida. El clima se sentía templado y muy agradable a pesar de que afuera la temperatura había descendido de forma drástica. Los magos flotaban recostados sobre una nube de humo que se desprendía de una varita de incienso mágico. Evasiva de lo que sucedía a su alrededor, Farina contemplaba las estrellas del cielo y todas las constelaciones que podía reconocer. En su mente predominaba la idea de viajar hasta donde se encontraban los grandes cúmulos de galaxias y averiguar por qué una de las estrellas había decidido caer en su planeta. Farina preguntó:
 —¿Cómo es que puede caer una estrella en la Tierra, si todas ellas están tan lejos y son inmensamente grandes?
Su pregunta no tuvo respuesta, pues Maqui se encontraba de espalda hacia ella y aparentemente dormido.
—Maqui —insistió Farina—. No te hagas el dormido, Maqui. El conjuro para tus ronquidos aún no se descubre, así que estás despierto o de lo contrario ya estarías roncando.
—Antes del a caída de la estrella —contestó Maqui—, cualquier persona hubiera respondido y hasta jurado por lo más sagrado, que es imposible que algo así sucediera. Antes de todo esto, los hombres tenían leyes inquebrantables para casi todo lo que conocía de su mundo, pero ahora… las cosas cambiaron Fari, y no se puede estar seguro de casi nada.
—¡Yo estoy segura de que puedo alcanzar todas esas estrellas! Y lo haré algún día, de una u otra forma.
—Mejor intenta dormir, Fari. Mañana no podremos descansar hasta llegar a la siguiente marca y necesitarás fuerza por si nos encontramos en dificultades.
—Eso quiero, pero no puedo dormir con todos ellos mirándome.
Del otro lado del cristal mágico, una jauría de silios —predadores con forma de roedores gigantes, descarnados parcialmente con garras enormes y habilidades que les hacen letales durante la noche— merodeaban los alrededores en busca de los magos. No podían ubicar dónde se encontraba el refugio y menos entrar en él, pero presentían la presencia cercana de carne fresca, joven y humana.
—Ignóralos, Fari. Necesitamos descansar…
Fueron las últimas palabras del mago antes de comenzar a roncar. Fari utilizó un encantamiento para provocarse el sueño y así, los gruñidos y el alboroto de los silios se desvanecieron por esa noche.


(continuará)

Jorge López García 
El Malevólico

domingo, 8 de diciembre de 2013

Farina Angelias y el hada de la estrella roja (El bosque)





Primera parte


Capítulo 1
El bosque.

Todo comenzó cuando la estrella roja cayó del cielo. El gran bosque del norte se incendió tras el impacto y sólo la primera tormenta del año pudo apagar el fuego, tres días después. Muchas vidas se perdieron: animales, insectos, peces pequeños de los arroyos que se secaron, y miles de árboles tan antiguos como los poblados en las orillas del río Okambo. La comunidad de Tazara era la más importante y contaba con el único puerto para el comercio de toda la región; sin embargo, se quedó casi vacía cuando sus habitantes emigraron a tierras donde el agua no estuviese teñida de rojo por los restos de la estrella. En el momento en que las primeras criaturas sobrenaturales aparecieron en el bosque, las familias abandonaron sus hogares y pertenencias sin el más mínimo remordimiento, convencidos de que lo único que podían hacer para sobrevivir, era escapar. En poco tiempo se esparcieron incontables rumores sobre lo sucedido: alguien dijo que las criaturas llegaron a la Tierra dentro de la estrella para tomar el control del planeta y exterminar al hombre; otros creían que la estrella liberó alguna sustancia que transforma todo lo que toca, haciendo de sus víctimas monstruos indescriptibles. El río sería desviado para evitar la contaminación de sus aguas, y al mismo tiempo, se preparó una campaña para secar el bosque hasta la muerte, pero los nuevos huéspedes lo impidieron y así comenzó una guerra entre el hombre y todo lo que en el bosque existía.
Orfeo Angelias fue el primer hombre en oponerse al exterminio del bosque; más tarde, un pequeño grupo de familias se le unieron para recuperar su hogar en Tazara. Orfeo creía que era el propio bosque quien se adaptaba a las condiciones que dejó la caída de la estrella, permitiendo la evolución de las especies que habitaban en él; y los hombres debían hacer lo mismo —afirmaba con toda su voluntad—, si es que deseaban preservar la existencia de su especie. Impulsados por el valor de su líder, los conquistadores regresaron a sus tierras y comenzaron a expulsar todas las formas hostiles de vida, incluso pelearon contra las plantas que antes de la catástrofe les servían y alimentaban. El resultado fue parcial, pero al final del primer año se pudieron establecer tres colonias que marcaron la frontera entre los humanos y el bosque encantado: Tazara, Sórceran y Génida. Para conseguir hacer frente a sus enemigos, Orfeo y sus seguidores abandonaron su fe en las religiones y volvieron su atención a la sabiduría y el conocimiento de los humanos más antiguos; poderes enterrados en las historias que por cientos de años se consideraron parte de la fantasía y la imaginación.

A partir del nacimiento de la primera Hija de Orfeo: Farina Angelias, los hombres de las comunidades insurgentes se hicieron llamar: sagaris, hombres físicamente normales, pero iniciados en el uso de la magia que miles de años atrás colocó al hombre por encima de las demás especies. Cada bebé sagaris era sometido a estudios y pruebas de supervivencia extremas, para asegurarse que pudieran adquirir los conocimientos necesarios sobre la magia. Farina no fue la excepción, y junto con su amigo Maqui, destacaron en todas las pruebas aplicadas. Ahora, a la edad de catorce años, la primera princesa y el más notable cadete del ejercito sagaris, tendrían su primera incursión en el bosque, para demostrar que son dignos de su especie y valiosos dirigentes de su pueblo.

(continuará)

Dedicado a mi amiga Gabe Luntbert. Felicidades...

Jorge López García
El Malevólico


lunes, 11 de noviembre de 2013

El vuelo de las martinas




Desapareció Tunante, se hizo añicos,
como la mariposa que regresa a la tierra,
como el cánido que devora a su cría.
Desapareció Alegra detrás del horizonte...

Despertaron los sueños,
viéndose abandonados gritaron:
¡Mal padre, mala madre... maldita suerte!
¿Donde está Tunante y su consuelo?

Las martinas volaron a pinceladas;
dejaras de esperar por ellas en la mañana...
Alegra no camines por la playa olvidada,
tus pies se volverán espuma de noche.

Y su sonrisa, tan pura y sarcástica,
me viene calzando el pan y el alumbre;
la ración del día me quema de hastío,
y no se donde buscarle ni como resulte...

Feneció la perla colgada en su vientre;
nos regalamos una tarde, disfrutando el aire,
y la brisa arrastró el aroma de esa dicha
a las garras del desfigurado porvenir.

Desapareció Alegra y con ella mi fe;
en mi pecho la tinta de su sangre
queda grabada para poder hallarla,
después del horizonte: donde irá Tunante.


Jorge López García
"El Malevólico"



domingo, 10 de noviembre de 2013

La existencia...


Dicen que lo que nadie puede presenciar, sentir o experimentar, simplemente no existe. Aunque todo tenga un por qué, un inició y un fin. Hasta la luz que fue generada hace millones de años, se puede ver en nuestro presente a través de nuestros simples ojos.

El tiempo es relativo y la existencia intangible si la realidad no es lo que aparenta.


Jorge López García

"El Malevólico"



Dragones en lucha...



Aldebarán brillaba intensamente en lo alto del cielo. Su luz tenía encantado al pequeño Marcos, quien jugaba a alcanzar las estrellas que se asomaban por la ventana de su habitación. Era cerca de la media noche y todos los habitantes del pueblo dormían bajo la luz vigilante de la luna llena. Todos excepto Marcos.
El insomnio lo había atrapado desde la noche anterior, mientras jugaba con su madre, unos minutos antes de ir a la cama. Mientras se ponía el pijama observó muchas luces que se movían en el cielo nocturno. Era la primera vez que veía las estrellas moverse, y como todo niño emocionado por lo que descubre, preguntó a su mamá, casi a gritos, por el suceso. Ella lo tomó en brazos, lo devolvió a la cama y con ternura lo cobijó para que descansara. Después dijo:
—Las luces en el cielo no son estrellas, mi amor. Son aviones que se dirigen a la gran guerra; lejos, muy lejos de aquí.
Marcos se quedó con más preguntas de las tenía antes de hablar con su madre, y al día siguiente, se pasó toda la mañana imaginando y buscando aquellos aviones en el cielo, en el patio, en las habitaciones de su casa y en todo lugar donde se encontrara, pues no sabía lo que era un avión, un ejército y menos una guerra. Al llegar la noche se propuso esperar en silencio; mirando hacia la ventana para volver a contemplar las luces que tanta curiosidad le causaban. Y fue después de la media noche cuando un resplandor intenso entró por la ventana e iluminó toda la habitación.
El sueño que pesaba en sus parpados se despabiló por completo y de inmediato sus grandes ojos escudriñaron el cielo en busca de cualquier objeto brillante, como si se tratara del radar de un barco pesquero en busca de cardumen. Después de un rato de buscar y sin el menor indicio de un destello, la mirada del pequeño se posó en la cumbre de un cerro que se alzaba por detrás de su casa, y entonces una luz azul se apareció entre los árboles, devolviendo una sonrisa a su rostro. Él no sabía que era imposible que un avión aterrizara sobre la modesta peña del pueblo, así que decidió emprender un viaje furtivo  para conocer lo que eran esas máquinas.
Después de un esfuerzo increíble para alcanzar la cima, el pequeño se sentó sobre una piedra con forma de manzana y mientras recuperaba el aliento buscó los aviones entre los arbustos. Todo el tiempo, desde que salió de casa, la luz intermitente sobre la peña le sirvió de guía para no perderse, pero ahora que había llegado a la cúspide, con desilusión descubrió que el lugar se encontraba vacío. En ese lugar no había ningún avión ni alguna otra cosa que pudiera volar, y hasta la extraña luz había desaparecido sin dejar rastro; sólo estaba él y un montón de grillos que repentinamente dejaron de cantar. El fuerte viento del norte que soplaba sobre su rostro, se detuvo y todo a su alrededor quedó en absoluto silencio. Una extraña calma presagiaba un acontecimiento importante.
A espaldas de Marcos, escondido en una cuenca modesta, se encontraba el pueblo de San Andrés, donde el pequeño vivía con toda su familia, y por delante de su persona, se extendía una planicie inmensa, llena de sembradíos de algodón y otros granos. A lo lejos, detrás de los campos, se veían las luces de la ciudad capital, con sus edificios y vida nocturna en todo su esplendor. Era la primera vez que un paisaje así se presentaba ante sus ojos que incrédulos se abrían exageradamente como si fueran a salirse de su órbita. La vista era maravillosa y el momento tan especial que Marcos hubiera permanecido contemplando la urbe por horas, de no ser porque un invitado inesperado le sorprendió.
La figura fantasmagórica de un hombre alto y corpulento, ascendía lentamente por la ladera del cerro hasta llegar a donde marcos permanecía inmóvil. La aparición emitía un resplandor azul igual al que lo guió desde su casa, y su cuerpo era traslúcido como el cristal de las ventanas. Esto le permitía al niño seguir mirando la ciudad a través de la aparición que lo envolvió en sus brazos y le dijo:
—No debes temer, Marcos. Yo soy el camino seguro, la verdad y la vida. Yo te protegeré.
Dicho esto, una luz intensa como la del mismo Sol se extendió en todo el horizonte, cubriendo completamente la ciudad y los campos a su alrededor. Los ojos del pequeño comenzaron a derramar profusas lágrimas al descubrir que detrás del resplandor, una descomunal cúpula de fuego se precipitaba al cielo, y en la base de ésta, terribles cortinas incandescentes de polvo y humo, avanzaban en todas direcciones; destruyendo todo lo que encontraban a su paso.
En menos de un minuto, la onda de choque y el estruendo generados por la explosión, alcanzaron las montañas cercanas, incluyendo la peña donde Marcos se encontraba. Un viento poderoso y caliente sacudió lo árboles con tanta fuerza, que todo lo que no estaba aferrado a las rocas más grandes y pesadas, salió volando por los aires; formando junto con la tierra suelta una oscura nube de polvo.
A pesar de toda la destrucción en las montañas y en la misma peña de San Andrés, el pueblo no sufrió daños por estar situado en la cuenca más baja de la cordillera, de igual forma Marcos se encontraba completamente ileso, y a pesar de que parecía desconcertado, su instinto le permitía imaginar la gravedad de la catástrofe; aunque no pudiera entender el motivo de tal hecho.
Sus lágrimas dejaron de brotar y una extraña calma se apoderó de él mientras permanecía en los brazos de su protector. Las luces del pueblo se prendían una tras otra con gran rapidez, y la casa del pequeño no fue la excepción.
—Tienes que regresar con tu mamá antes de que se preocupe por ti —dijo la aparición y lo cargó en sus brazos para llevarlo de vuelta a casa.
—¿Quién eres tú? —preguntó Marcos.
—Soy un amigo.
—Mi nombre es Marcos, y ¿cuál es el tuyo?
El nuevo amigo del pequeño, bajó por el cerro con gran rapidez entre la maleza de las barrancas y en cuestión de segundos llegaron hasta la ventana de la habitación, que aún permanecía abierta. Marcos dormía en el segundo piso de la casa; en la recamara junto al viejo pino del patio trasero, por donde descendió al comenzar su aventura.
El ser de luz se elevó como si de una pluma se tratara, y una vez dentro de la recamara, depositó su cargamento sobre la cama; en secreto le dijo su nombre, dibujando una sonrisa en el rostro de Marcos, la cual, se hizo más grande al ver la figura de su mamá en el umbral de la puerta.
Toda la familia se reunió en la sala, donde el padre de Marcos intentaba sintonizar alguna señal de radio o televisión para informarse de lo que ocurría. Un vecino, que escuchó la explosión mientras estaba en el baño, se dirigió a la misma peña que Marcos, y al mirar con sus propios ojos la destrucción de aquella detonación, regresó corriendo a tropiezos para contarle a todo el pueblo. La esposa de aquel señor, fue la encargada de hablar con la mamá de Marcos, quien aprovechó la oportunidad para salir al patio y buscar a su nuevo amigo.
Al enterarse de la noticia, la mamá de Marcos comenzó a llorar consternada por la tragedia y la incertidumbre del futuro de su propia familia. Después de despedir a su vecina, el pequeño se acercó a consolarla con un abrazo y en ese momento comenzó una singular conversación entre ambos. Marcos preguntó:
—Mami, ¿por qué lloras?
—Porque la leyenda se cumplirá: dragones invencibles llegarán a la tierra. —contestó su mamá.
—¿Por qué han de venir esos dragones? —preguntó Marcos con insistencia.
—Sí miras el cielo, podrás ver que se encuentra tranquilo; en completa paz, —la mamá de marcos señaló a la ventana— pero la tierra no lo está. Hay guerras interminables, robos sin parar y el caos se apodera de todo lugar, así que por eso los dragones vendrán a luchar.
—¿Cuantos vendrán, mami?
—Solamente vendrán dos, pero son más que suficientes. Uno será de fuego y mentira, y el otro será de luz y de verdad. Lucharan frente a frente y encarnizada será la batalla. El de fuego querrá la muerte y el de luz fría velará por salvar a la humanidad.
La sorpresa en el rostro de Marcos indicó a su mamá que era tiempo de terminar con la charla, así que le dijo:
—Hijo mío, cierra la puerta y vayamos con tu papá.
—Mami, ¡yo no quiero esto! —exclamó Marcos.
—No te preocupes, mi pequeño, pronto acabará.

Antes de cerrar la puerta, Marcos dirigió su mirada por última vez hacia la cima de la peña, donde ahora se encontraba su nuevo amigo, quien en un destello radiante de luz, se convirtió en un enorme dragón azul. El imponente dragón extendió sus majestuosas alas, comenzó a batirlas para levantar el vuelo y se fue alejando hasta perderse entre las montañas. Marcos confirmó las palabras de su madre; sin embargo, a diferencia de ella, el pequeño se sentía confiado del futuro que le esperaba.



Inspirado en el poema "Dragones en lucha" de Aldabaran (www.poemas-del-alma.com)




Jorge López García
"El Malevólico"




viernes, 8 de noviembre de 2013

Camino a casa...



Estaba ahí sentado, en el tercer asiento detrás del conductor, del lado de la ventanilla; con la pena a cuesta, el transporte diario y la soledad de compañera. La mente se me escapaba más allá de las montañas cubiertas de nubes oscuras. Mundos extraños de incontables personajes me esperaban del otro lado, como todos los días después de las seis y media de la tarde, al salir del trabajo, para comenzar con mi escape aburrido y programado. Durante el viaje se cruzaban todo tipo de obstáculos que distraían mi concentración en los diálogos infinitamente corregidos que se dicen mis mejores creaciones. A veces una luz intermitente en algún edificio lejano o algún helicóptero que se olvidó deliberadamente de que yo estaba soñando -olvidando-, se presentaba a mi vista para devolverme a la realidad. Estos cambios de escena suelen ser poco sutiles y demasiado frecuentes.

Poco antes de cruzar los límites de la ciudad, el conductor se detuvo con premura insólita, por lo cual se ganó la propina de varios pasajeros que no dudaron en expresar sus mejores deseos, para él y su progenitora ausente. La puerta del vehículo se abrió y se escucharon un par de zapatillas que abordaron los escalones de la entrada, con cierta dificultad. Una voz dulce y singular se escuchó un tanto apagada por los caballos de fuerza del motor Dina, que rugía feroz para continuar con su marcha. El agradecimiento para el conductor no se hizo esperar, y compensó todas las descortesías proclamadas segundos antes.

La mujer que abordó no era visible ante mis ojos, pero definitivamente rompió los lazos que tenía con los versos dentro de mi memoria. Su destino era similar al mío, después supe que sólo difería por unos minutos de camino. Aunque mis ojos seguían aferrados al mundo más allá de la ventanilla, mis demás sentidos se preguntaban cómo sería la dueña de esa voz gentil y risueña. ¿Qué lugar escogería para sentarse? Haciendo uso de la más detestable de mis actitudes, me convencía amargamente de que no sería conmigo.

Durante los más infantiles reproches entre mi consciencia y un complicado razonamiento, y sin la más mínima preocupación de lo que me consumía por dentro; Natalia se detuvo frente al asiento del pasillo y me preguntó si podía ocupar el lugar vacío. Mi respuesta fue tan nerviosa que aún no consigo definir si sólo moví la cabeza o pude emitir un par de sonidos guturales que intentaron convertirse en palabras. Describir su belleza y encanto, sería como hacer que un niño explicara la emoción que siente al descubrir el cariño de su madre. Las palabras se me escapan y me asaltan los suspiros cada que recuerdo el momento en que nuestras miradas se encontraron. Ella dijo:

--Hola, me llamo Natalia, ¿también vas rumbo a Lomas Lindas?

Lo que contesté no lo recuerdo, pero la charla fue tan amena que la hora y media de viaje se convirtió en unos cuantos minutos que a su vez se esfumaron en un instante al ver que Natalia se despedía. Y de nuevo dijo:

--¿Nos vemos mañana a la misma hora en la parada de la autopista?

Después de apuntar su numero de móvil, en mi rostro se grabó una sonrisa con mancha de acero. Regresé flotando hasta mi casa y el aroma de su perfume me acompañó todo el trayecto. Sigo sin profetizar algún posible desenlace, pero creo que después de hoy, no podré ver igual mi suerte.


Jorge López García
"El Malevólico"

jueves, 7 de noviembre de 2013

Entre el crepúsculo y el alba...



La madrugada es un ente,
me cobija de terrores ocultos,
azuzados por lenguas de fuego
y demonios en los claroscuros...


Me seduce tu belleza ausente.
Las manos que se extinguieron
como fantasmas reclaman y sujetan
la carne entre mis piernas...


...a veces lento, suave
y a veces me aceleran.


Mis manos, posesas de deseo,
estrujan las sábanas buscando tu piel,
la humedad de tus entrañas,
la tersura de tus senos y nalgas...


Tu aroma impregna la habitación;
rosas rojas; frescas y penetrantes,
pétalos expuestos de tu cuerpo
que me ofrecieron ternura y abnegación.


El sabor íntimo de tu sal
se desgrana en mi garganta...


Sirena que abandonó su reino
por un mortal empecinado en un sueño.
¿Dónde depositas las esperanzas
que un día fueron promesas de amor eterno?


Obligado a reconocer la derrota,
la oscuridad de tus ojos me doblega.
Mi cuerpo se enfría tras revivir el recuerdo
y tu alma errante se aleja de mis sentidos...


El alba llega sin pedir permiso,
la noche ha terminado
y comienza de nuevo el suplicio
hasta el día de mi último ocaso.



Jorge López García
"El Malevólico"


La tertulia...






Caminando sobre las calles de Hamburgo, un caballero de porte distinguido, me aborda y después de las presentaciones pertinentes, comenta:
—Es mi arribo a la ciudad, el motivo de una recepción para los ciudadanos ilustres que aquí habitan. Mi deseo es rodearme de la nobleza y alcurnia que pueda mostrarme las distintas bondades y placeres de la sociedad; además de los posibles negocios que se puedan presentar. Y es usted, caballero de fina estampa, según mi criterio, una persona de la que no puedo permitirme prescindir. Le ofrezco mi tarjeta de presentación, y le espero con gusto a partir de las 20:00 hrs.
Dicho esto el hombre se disculpó y continuó su camino. En cualquier otra ocasión, hubiera tirado su tarjeta en cuanto me diera la vuelta, pero el trato y las palabras de aquel hombre me despertaron el interés de asistir a la cita, y justo a la hora mencionada, me presenté a la entrada de la mansión.
Un sirviente me recibió y condujo al salón principal. La riqueza del anfitrión y su gusto refinado, resaltaba en todas y cada una de las pinturas, esculturas, muebles y acabados que adornaban los pasillos y salones de la mansión o mejor dicho: palacio.
La recepción, por demás perfecta, contó con la presencia de importantes personajes de la sociedad: empresarios, nobles, clérigos, militares, políticos, intelectuales y jueces; incluso alcancé a reconocer a una famosa cantante de ópera. Después de haber disfrutado de una cena exquisita, y degustado de los vinos más caros del país, los invitados comenzaron a retirarse, y yo hice lo mismo, pero antes de abandonar la mansión, me di a la tarea de buscar al caballero que me había invitado para agradecerle.
Abandoné el salón principal y me dirigí a la terraza, pero no le hallé. Lo mismo sucedió en la recepción y en varias estancias. Desmotivado por aquella situación decidí retirarme, y a unos pasos de la salida, el caballero me alcanzó y apartándome de los presentes, me dijo:
—¡Estimado caballero! Le ruego acepte mis más sinceras disculpas por la falta de atención a su persona. No puedo justificar mis errores, pero no miento al decir que la convocatoria fue tan exitosa, que requirió de más atención de mi parte.
—No existe tal falta caballero!— le respondí —y si existiese algún agravio que escapara a mi agradecimiento, queda saldado con la generosidad del anfitrión.
El hombre me sonrió y conduciéndome de nuevo hacia el jardín me dijo:
—Agradezco su favor, y para expresar el gusto que tengo por su visita, quiero invitarle a una reunión privada con algunos amigos cercanos que me gustaría presentarle.
—Siendo así… sería una descortesía no aceptar su invitación. Dígame la fecha y hora, y ahí estaré.
—La reunión es ahora mismo en una casa que mandé a construir, más allá de los jardines de la mansión.
Por un momento me intrigó el interés de aquel caballero en mi persona, pues hasta hoy por la tarde éramos perfectos desconocidos.
—Entiendo si prefiere no acompañarnos. Ha sido un atrevimiento de mi parte invitarle sin previo aviso; sin embargo, sólo se trata de una ligera tertulia, algo muy informal y sólo entre amigos.
De nuevo las palabras de aquel hombre me convencieron y sin demoras nos dirigimos a la casa junto al bosque.
—No se preocupe por su chofer, dejé instrucciones de que le atiendan bien y le procuren un lugar para descansar mientras le aguarda.
Preferí no comentar que había llegado por caridad de un compañero de trabajo. Pronto llegamos a la casa donde al parecer, la tertulia había comenzado hace rato.
Dentro de la casa el ambiente era más parecido al de una taberna cualquiera. El humo del tabaco cubría la sala y la mayoría de los cuartos. Había botellas vacías por doquier, y algunas polkas y valses alegraban la noche.
En el comedor de la casa, alrededor de una docena de hombres, cantaban y chocaban sus tarros y copas, mientras bebían. A cada uno le acompañaban una o dos mujeres de atributos prominentes y con muy poca ropa encima. Entre risas, abrazos y caricias, los presentes disfrutaban con libertad de la comida y la seductora compañía, cosa que no habían podido hacer en la recepción.
Debido a que la mayoría de los invitados se habían despojado de sus atuendos exteriores, y los dejaron por distintas partes de la casa, no pude distinguir con certeza de quienes integraban la reunión, pero estoy seguro que por lo menos había un clérigo, un representante del principal partido político y varios generales del ejército.
Tratando de pasar inadvertido, me senté casi al final de la mesa, y de inmediato una pelirroja de enormes senos, se sentó sobre mis piernas y me besó profusamente. Sentí su lengua dentro de mi boca y su pecho excitado sobre el mío, que no tardó en reaccionar.
Una hora más tarde, me encontraba mareado por el efecto del vino y el humo de los puros que fumaban los generales. La pelirroja seguía conmigo, pero ahora tenía su rostro entre mis piernas y mi virilidad en su boca. Me sentí más que aturdido, y a mí alrededor se llevaba a cabo una orgía desmedida, donde hombres y mujeres no se distinguían. Hasta el sacerdote que parecía el más prudente, ya se había despojado de la sotana y se retorcía y bufaba como animal mientras copulaba con una muchacha de apariencia infantil. Algunos militares se olvidaron del género femenino y se entregaron a satisfacerse entre ellos mismos, penetrándose con la brutalidad de las bestias.
La tertulia se había transformado en una degeneración de los instintos que a cada minuto se trastornaba más, sin embargo, alguien de los presentes se tomaba la molestia de seguir poniendo música para amenizar los gritos y gemidos de placer o dolor de los presentes. De pronto, una melodía a ritmo de vals se comenzó a escuchar y la pelirroja que ya estaba completamente desnuda, se puso en pie para invitarme a bailar. Yo accedí más por reflejo que por voluntad, y me despojé del resto de mi ropa para tomar a la mujer, y con mi pene erecto rozando su vientre, comenzamos a danzar sin tomar en cuenta a los demás.
En ese tiempo yo no sabía bailar, pero era tan grande el deseo de poseer a aquella mujer, que comencé a moverme y a seguir a mi compañera que giraba inalcanzable por los alrededores de la mesa. Excitado por su sonrisa y su abultado pecho, me dejé llevar por la música que parecía no tener fin, y hubiera seguido así, de no ser porque poco a poco me di cuenta que los demás ya no copulaban, sino que ahora sólo observaban a nuestro alrededor, y sus rostros ya no parecían de personas “normales”.
Los ojos de los invitados brillaban con un rojo intenso como las llamas que se avivan en las hogueras. Hombres y mujeres por igual, tenían garras en vez de manos y pesuñas en vez de pies. Eso incluía a mi compañera, que ahora intentaba lamer mi rostro con su lengua bífida. Entonces me solté y quise correr para escapar, pero dos de ellos me sujetaron fuertemente y me pusieron sobre la mesa boca abajo. Hice todo lo posible por soltarme, pero su fuerza parecía descomunal. En ese momento todos se quedaron callados, y de afuera del comedor se sintió el retumbar de unos pasos de algo tan pesado, que los vidrios de la vitrina frente a mí, temblaban a cada paso.
Inesperadamente, sentí la presión de algo duro y grueso en medio de mis nalgas, y antes que pudiera imaginar cualquier cosa, la bestia me penetró brutalmente, una y otra vez mientras los demás aplaudían y se regocijaban de mi sufrimiento.
No sé cuánto tiempo duró dentro de mí, pero cuando hubo terminado, sentí unas manos frías como las de un muerto, que acariciaban mis nalgas y mi espalda con fuerza. Entonces escuché una voz que me hablaba al oído; era la voz del caballero que me había invitado a la recepción, y me decía:
—Mi estimado caballero; es un honor para mí darle la bienvenida en este círculo de amigos, a tan distinguido personaje— dijo y se puso en pie para continuar en voz alta —ahora compañeros; saluden todos a nuestro nuevo integrante y futuro dirigente de la Alemania nazi: ¡Salve Adolf Hitler!
—¡Salve!



Jorge López García
"El Malevólico"


El teatro de Filipo y Soberón



Se levanta el telón y dos figuras pasean por el entarimado.
Detrás de ellos sólo un fondo oscuro acompaña a los ancianos actores: Filipo y Soberón.


Filipo:
No hay mucho qué decir, realmente.

Soberón:
Es la sensación de tener a toda esta gente mirando cada uno de nuestros pasos.

Filipo:
¿Es que acaso no te has dado cuenta que el teatro está cerrado?

Soberón:
¿Es que tú no te has dado cuenta que la función terminó hace años?

"Presentación"



Buenas noches a todos.
Bienvenidos sean a este recinto del entretenimiento,
esperamos poder motivar sus lágrimas, risas y sobre todo
sus aplausos y atenciones...

¡Qué comience la función!



martes, 5 de noviembre de 2013

Cada vez más vacío...



Porque la "razón" no conversa,
sólo mantiene un monólogo de necedades...



Y me falta el sabor de un beso
en las grietas resecas de tu partida.
Tal vez nunca fuiste mía
y siempre soñé de noche, y a veces...


Quizá me encuentro del lado incorrecto del espejo;
tropecé con los restos de caña dulce de pasiones,
mojé la leña de mi hogar y abrí la puerta al invierno.
Me gustan las montañas nevadas y su blanco sepulcral.


Muchos días te imaginé en brazos ajenos,
muchas noches bebí de bocas inconformes
con un grado de sinsabor en nuestras lenguas.
Me gasté una mala broma hablando del tema.


Necesito una escusa para escribir algo torcido,
para molestarme las buenas intenciones
y que cualquiera me señale por ser detestable;
una simple razón para tener el odio requerido...



Porque la ira es el viejo motor que pone en marcha
a la más inútil de las voluntades...



Jorge López García
"El malevólico"

Horizonte infinito...







Los caminos detrás del presente, se perdían en la ladera boscosa de la montaña. El aire era fresco, de mil aromas que embriagan al caminante y lo mantienen lejos de la nostalgia. Las flores acariciaban mis dedos; me rosaban sus pétalos de terciopelo, esparciendo esperanza a una fe minada por las filosas rocas que rompieron uñas, voluntad y huesos. Los primeros rayos del sol calentaron mi cuerpo entumecido y casi finado; los vestidos que me cubrían, se lavaron con el rocío sobre la hierba. Enterré los pies en la tierra aún húmeda, pero a cada paso se volvía más seca y endurecida. Alcé la frente, enaltecida por la humildad que me quedó al perder todo.

Delante de mí, se abría una extensa pradera; perpetua ante la vista. Los verdes eternos de los impetuosos forrajes en las cordilleras, escarchados durante el invierno y coloridos en primavera, se alejaban de mi espalda, como esas pasiones que te consumen arropado en el lecho de una hermosa piel morena --que una vez amé. El cielo y el alba, en todas sus tonalidades, me vislumbran más dolores y sinsabores; augurios inciertos se esconden detrás de los cirros incendiados. La estrella vespertina, misericordiosa, despliega su radiante brillo, es el camino sin huella que nos ofrece el destino.

Será por siempre el solitario sendero, de bellezas indescriptibles y soledades perpetuas; la casa del nómada, el inconforme, el desamparado, el forajido y del orgullo abatido que a gritos pide olvido. Comienza un nuevo día en los parpados de la vida. Alguna vez dije adiós en mi memoria extraviada; amé, extrañé y fallecí secuestrado por el instinto. Ahora camino sólo, mis manos están vacías. Nada me detiene y nada retengo, porque será el espíritu, el que otorgue tranquilidad a mi cuerpo abatido. Para siempre juré, y por todos los errores, una piedra fue colocada en la planta sangrante que me sostiene. No soy más que polvo y tú, mi Señor, eres el viento que me conduce al horizonte infinito.

Hasta siempre, amor querido...



Jorge López García
"El Malevólico"