jueves, 7 de noviembre de 2013

La tertulia...






Caminando sobre las calles de Hamburgo, un caballero de porte distinguido, me aborda y después de las presentaciones pertinentes, comenta:
—Es mi arribo a la ciudad, el motivo de una recepción para los ciudadanos ilustres que aquí habitan. Mi deseo es rodearme de la nobleza y alcurnia que pueda mostrarme las distintas bondades y placeres de la sociedad; además de los posibles negocios que se puedan presentar. Y es usted, caballero de fina estampa, según mi criterio, una persona de la que no puedo permitirme prescindir. Le ofrezco mi tarjeta de presentación, y le espero con gusto a partir de las 20:00 hrs.
Dicho esto el hombre se disculpó y continuó su camino. En cualquier otra ocasión, hubiera tirado su tarjeta en cuanto me diera la vuelta, pero el trato y las palabras de aquel hombre me despertaron el interés de asistir a la cita, y justo a la hora mencionada, me presenté a la entrada de la mansión.
Un sirviente me recibió y condujo al salón principal. La riqueza del anfitrión y su gusto refinado, resaltaba en todas y cada una de las pinturas, esculturas, muebles y acabados que adornaban los pasillos y salones de la mansión o mejor dicho: palacio.
La recepción, por demás perfecta, contó con la presencia de importantes personajes de la sociedad: empresarios, nobles, clérigos, militares, políticos, intelectuales y jueces; incluso alcancé a reconocer a una famosa cantante de ópera. Después de haber disfrutado de una cena exquisita, y degustado de los vinos más caros del país, los invitados comenzaron a retirarse, y yo hice lo mismo, pero antes de abandonar la mansión, me di a la tarea de buscar al caballero que me había invitado para agradecerle.
Abandoné el salón principal y me dirigí a la terraza, pero no le hallé. Lo mismo sucedió en la recepción y en varias estancias. Desmotivado por aquella situación decidí retirarme, y a unos pasos de la salida, el caballero me alcanzó y apartándome de los presentes, me dijo:
—¡Estimado caballero! Le ruego acepte mis más sinceras disculpas por la falta de atención a su persona. No puedo justificar mis errores, pero no miento al decir que la convocatoria fue tan exitosa, que requirió de más atención de mi parte.
—No existe tal falta caballero!— le respondí —y si existiese algún agravio que escapara a mi agradecimiento, queda saldado con la generosidad del anfitrión.
El hombre me sonrió y conduciéndome de nuevo hacia el jardín me dijo:
—Agradezco su favor, y para expresar el gusto que tengo por su visita, quiero invitarle a una reunión privada con algunos amigos cercanos que me gustaría presentarle.
—Siendo así… sería una descortesía no aceptar su invitación. Dígame la fecha y hora, y ahí estaré.
—La reunión es ahora mismo en una casa que mandé a construir, más allá de los jardines de la mansión.
Por un momento me intrigó el interés de aquel caballero en mi persona, pues hasta hoy por la tarde éramos perfectos desconocidos.
—Entiendo si prefiere no acompañarnos. Ha sido un atrevimiento de mi parte invitarle sin previo aviso; sin embargo, sólo se trata de una ligera tertulia, algo muy informal y sólo entre amigos.
De nuevo las palabras de aquel hombre me convencieron y sin demoras nos dirigimos a la casa junto al bosque.
—No se preocupe por su chofer, dejé instrucciones de que le atiendan bien y le procuren un lugar para descansar mientras le aguarda.
Preferí no comentar que había llegado por caridad de un compañero de trabajo. Pronto llegamos a la casa donde al parecer, la tertulia había comenzado hace rato.
Dentro de la casa el ambiente era más parecido al de una taberna cualquiera. El humo del tabaco cubría la sala y la mayoría de los cuartos. Había botellas vacías por doquier, y algunas polkas y valses alegraban la noche.
En el comedor de la casa, alrededor de una docena de hombres, cantaban y chocaban sus tarros y copas, mientras bebían. A cada uno le acompañaban una o dos mujeres de atributos prominentes y con muy poca ropa encima. Entre risas, abrazos y caricias, los presentes disfrutaban con libertad de la comida y la seductora compañía, cosa que no habían podido hacer en la recepción.
Debido a que la mayoría de los invitados se habían despojado de sus atuendos exteriores, y los dejaron por distintas partes de la casa, no pude distinguir con certeza de quienes integraban la reunión, pero estoy seguro que por lo menos había un clérigo, un representante del principal partido político y varios generales del ejército.
Tratando de pasar inadvertido, me senté casi al final de la mesa, y de inmediato una pelirroja de enormes senos, se sentó sobre mis piernas y me besó profusamente. Sentí su lengua dentro de mi boca y su pecho excitado sobre el mío, que no tardó en reaccionar.
Una hora más tarde, me encontraba mareado por el efecto del vino y el humo de los puros que fumaban los generales. La pelirroja seguía conmigo, pero ahora tenía su rostro entre mis piernas y mi virilidad en su boca. Me sentí más que aturdido, y a mí alrededor se llevaba a cabo una orgía desmedida, donde hombres y mujeres no se distinguían. Hasta el sacerdote que parecía el más prudente, ya se había despojado de la sotana y se retorcía y bufaba como animal mientras copulaba con una muchacha de apariencia infantil. Algunos militares se olvidaron del género femenino y se entregaron a satisfacerse entre ellos mismos, penetrándose con la brutalidad de las bestias.
La tertulia se había transformado en una degeneración de los instintos que a cada minuto se trastornaba más, sin embargo, alguien de los presentes se tomaba la molestia de seguir poniendo música para amenizar los gritos y gemidos de placer o dolor de los presentes. De pronto, una melodía a ritmo de vals se comenzó a escuchar y la pelirroja que ya estaba completamente desnuda, se puso en pie para invitarme a bailar. Yo accedí más por reflejo que por voluntad, y me despojé del resto de mi ropa para tomar a la mujer, y con mi pene erecto rozando su vientre, comenzamos a danzar sin tomar en cuenta a los demás.
En ese tiempo yo no sabía bailar, pero era tan grande el deseo de poseer a aquella mujer, que comencé a moverme y a seguir a mi compañera que giraba inalcanzable por los alrededores de la mesa. Excitado por su sonrisa y su abultado pecho, me dejé llevar por la música que parecía no tener fin, y hubiera seguido así, de no ser porque poco a poco me di cuenta que los demás ya no copulaban, sino que ahora sólo observaban a nuestro alrededor, y sus rostros ya no parecían de personas “normales”.
Los ojos de los invitados brillaban con un rojo intenso como las llamas que se avivan en las hogueras. Hombres y mujeres por igual, tenían garras en vez de manos y pesuñas en vez de pies. Eso incluía a mi compañera, que ahora intentaba lamer mi rostro con su lengua bífida. Entonces me solté y quise correr para escapar, pero dos de ellos me sujetaron fuertemente y me pusieron sobre la mesa boca abajo. Hice todo lo posible por soltarme, pero su fuerza parecía descomunal. En ese momento todos se quedaron callados, y de afuera del comedor se sintió el retumbar de unos pasos de algo tan pesado, que los vidrios de la vitrina frente a mí, temblaban a cada paso.
Inesperadamente, sentí la presión de algo duro y grueso en medio de mis nalgas, y antes que pudiera imaginar cualquier cosa, la bestia me penetró brutalmente, una y otra vez mientras los demás aplaudían y se regocijaban de mi sufrimiento.
No sé cuánto tiempo duró dentro de mí, pero cuando hubo terminado, sentí unas manos frías como las de un muerto, que acariciaban mis nalgas y mi espalda con fuerza. Entonces escuché una voz que me hablaba al oído; era la voz del caballero que me había invitado a la recepción, y me decía:
—Mi estimado caballero; es un honor para mí darle la bienvenida en este círculo de amigos, a tan distinguido personaje— dijo y se puso en pie para continuar en voz alta —ahora compañeros; saluden todos a nuestro nuevo integrante y futuro dirigente de la Alemania nazi: ¡Salve Adolf Hitler!
—¡Salve!



Jorge López García
"El Malevólico"


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