lunes, 17 de marzo de 2014

Luna y Máti...



Corría el mes de Octubre, y los vientos funestos del próximo invierno se acercaban a la cúspide de las montañas que rodean el valle. Las caras blancas de sus cimas se reflejaban argentas sobre la superficie del lago. La luna, oronda y acogida por la tranquilidad de la noche, se embelesaba del paisaje y de su propia figura rozando las orillas de las aguas. Nunca antes deseó ir más allá de la superficie líquida, pero en esta noche, se encontraba impronta sobre la tierra húmeda, una huella impropia del paraje. Una criatura que no caminó antes por el lugar, dejó la marca de su paso rumbo a la espesura del bosque. La huella del pie desnudo de un hombre, hizo volar la imaginación del cuerpo celeste, porque desde que contempló su creación, nunca había visto a un humano de cerca. Siempre los contempló a lo lejos en sus nacimientos, en sus apresuradas vidas y en sus muertes solitarias. Y por todos esos años como testigo, la curiosidad sobre lo que eran, la sobrecogió en una mortal desobediencia.

El agua bañó los surcos de la huella con una ola inusual que obedeció la voluntad de la luna, como lo hace la marea de los grandes mares. La caricia apresuró la transformación y sobre los pasos del hombre, caminó una hermosa mujer desnuda de piel pálida, cabellera escarlata y figura venusina. La belleza más pura se encarnó debajo de una piel para ir al encuentro de su anhelo milenario. Los árboles le calzaron con sandalias hechas de raíces y distintas criaturas tejieron para ella, finos vestidos que la cobijaron del sereno. La penumbra se apoderó repentinamente de la tierra, y para no abandonar a las criaturas a la oscuridad absoluta, la aurora boreal iluminó el bosque y principalmente el sendero por donde "Luna" dio sus primeros pasos.

No muy lejos del lago, en un claro pronunciado; un montículo de piedras labradas se alzaban como refugio para pernoctar con seguridad. La luz pálida de la fogata dentro de la casa, se escapaba de las gruesas paredes, iluminando los alrededores y delineando las figuras de los árboles más cercanos. Dentro del refugio, un hombre joven atizaba las brazas para mantener el fuego. Su cuerpo forjado y robusto, reposaba inerte con la mirada perdida entre las llamas que serpenteaban retadoras hacia el cielo.

Tú eres "hombre", el último que fue creado, el heredero. dijo Luna, en pie desde la puerta.

Los ojos del hombre se abrieron desorbitados ante la aparición. Su razón se debatía entre la negación y el deseo de que aquella hermosa mujer fuera real. ¿Qué hacía una mujer así en aquél lugar?

¿Quién eres tú? ¿Qué haces aquí? ¿Qué o a quién estas buscando? preguntó el hombre.

Soy Luna, la centinela de tu especie y de toda la creación que les concierne. He venido a conocer al heredero de los antiguos, de los primeros y únicos.

Si no te conozco, ¿quién te habló de mí y por qué dijo cosas que no son ciertas?

Una brisa gélida cruzó el portal y se estampó sobre la hoguera que avivó su presencia y al mismo tiempo, permitió que el hombre embriagara sus ojos con el cuerpo de la deidad celeste. El frío lo hizo reaccionar ante su inesperada compañera que también lo observaba en silencio.

Pasa y calienta tus manos junto al fuego. Esta noche es fría, ya se avecina el invierno.

Luna se acercó al fuego, despacio, casi sin poder creer que su deseo se había realizado. Su cuerpo, a pesar de no ser completamente humano, experimentó la calidez de un sentimiento; una sensación única que le recorría desde los pies hasta la punta del último cabello. ¿Qué poder tan extraordinario poseía este hombre, que con unas pocas palabras había capturado su voluntad y de alguna forma, su cuerpo? Ella miraba sus labios y su pecho mientras sus manos temblaban conteniendo el deseo de palparlo.

Lamento decir que no soy quien buscas dijo el hombre. Los hombres de donde vengo, me llaman Máti y sólo he heredado soledad y pobreza. Por eso es que vine a este lejano lugar, esperando encontrar un poco de comida y paz. ¿Eres de alguna aldea cercana?

Esta es mi casa, el valle entre las montañas escarpadas; los restos del paraíso al que los tuyos renunciaron por capricho y que ahora pisas de nuevo. Has vuelto.

Máti no entendió una sola palabra de lo que decía Luna, pero a pesar de su ignorancia, había algo en ella que lo cimbró desde lo más profundo de su ser. El tiempo se detuvo entre sus miradas y el aliento de ambos fue uno, discorde a la llama que envidió el calor que de ellos emanaba. El espacio entre sus rostros se cerró providencialmente y concluyó en un beso. No, inició con un beso. Despertó el anhelo aún desconcertante para Luna y ansiado por Máti desde hace tiempo. La lujuria se apartó con sus tórridos romances y dejó paso a la sublime experiencia de la unión; la entrega. La piel y sus sugestivos pliegues; sus texturas matizadas en rojizas tonalidades, aumentaron su rubor al roce de las cavidades latentes y las caricias que ambos se prodigaron en una noche de segundos indefinidos y minutos milenarios. La gran muralla de piedra que se dibuja en el horizonte, retrasó la llegada del alba y les concedió un suspiro y su bondad. Se conocieron en el transcurso de la madrugada, poco antes que arribara a su lecho, el mensajero del día.

Levanta tu cuerpo de la tierra y vuelve al cielo, hija argéntea de mi Padre; hermana mía clamó una voz desde el portal de piedra. He venido a llevarte ante su presencia pues tu desobediencia no podrá ser ignorada. 

Máti se incorporó y por instinto escudó a Luna, imposibilitado para vislumbrar la presencia divina que los acechaba.

¿Quién eres y qué es lo que deseas? Sal donde te pueda ver dijo Máti con voz agitada.

El mensajero mostró su luz, pero no un cuerpo que Mátipudiera rechazar.

Estoy frente a ti, pero no me podrás contener, porque así lo ha querido mi Padre; porque así lo han conspirado los que te antecedieron.

Máti lanzó un golpe al aire y su frustración se desbocó en gritos que conjuraban la desaparición del mensajero. Luna esperó la caída de su caballero y al verlo postrado a sus pies, lo consoló entre su regazo y le dijo:

Es designio de la creación, que una deidad no se una a un hombre por ningún motivo, y yo falté con alevosía la voluntad que juré aceptar. Ahora me tengo qué marchar y mi presencia sobre los terrenos del hombre no podrá volver a ser de esta forma. Mi alma quedará enclaustrada entre las capas de la materia inerte del astro menor que atraviesa los cielos, pero este sentimiento que en nuestra comunión ha despertado, me brindará la luz y la paz para recordarte desde el destino que me espera.

¡Cómo puede un padre castigar así, la felicidad de sus hijos? gritó Máti con rabia amarga ¡Qué falta puede merecer la tortura de la soledad? !En qué forma lo ofendí para someterme a esta pérdida; este capricho de jugar con mi destino? 

Luna imploró tiempo al mensajero para sembrar un poco de consuelo en Máti, y con plena calma y ternura dijo:

Nuestras vidas transcurrían con una conformidad deshonesta, amalgamada durante años en tu vida y por milenios en la mía. Nuestro encuentro cambió el significado de nuestra existencia para siempre, y nos brindó libertad y amor. Sin embargo, un propósito mayor requiere nuestro sacrificio y completa dedicación, y es por el amor que ahora sentimos, que puede ser posible proseguir con nuestro camino. Tú debes vivir como un hombre, y yo, debo observar y salvaguardar la existencia de tu hogar. Nunca estaré sola porque llevo conmigo el amor que descubrimos en esta noche.

Un beso marcó la despedida de Luna que se encaminó al cielo azul de la mañana. Máti atravesó el portal y ya fuera del refugio, se pronunció  hacia el mensajero y cualquiera que escuchara más allá del espacio abierto. El hombre dijo:

Si es cierto que una falta grave se ha cometido, también espero una consecuencia para responder por mis actos. Yo ya no puedo caminar entre los humanos como uno de ellos; consciente estoy de lo que los demás ignoran y por su propio bien, no debo hablarles ni mirarlos, porque en mis ojos, el brillo de Luna estará al descubierto, y con ello su secreto. Te imploro que me dejes existir por las eras que le esperan a ella, como un vigilante más que no pueda hacer otra cosa que no sea tu voluntad, y si no es posible contenerme en la roca de algún cuerpo celeste, te suplico me albergues en la emoción y canto de las criaturas que en su voz eleven hacia el cielo el amor que por ella siento. Generación tras generación hasta el final de los tiempos.

Máti regresó al refugio de piedra y se escondió de toda luz que le pudiera recordar el arribo del mensajero que se llevó a su amada Luna. El día terminó y las siguientes dos noches, la oscuridad se apoderó del valle y de toda tierra donde la noche se presentaba. Sin embargo, la tercera noche desde el encuentro de los amantes, una inmensa luna se alzó por el cielo nocturno y cerca de la media noche, justo cuando Luna y Máti se conocieron, un lobo negro resurgió del refugio y después de subir al mismo, comenzó su canto y continuó así su destino.



Jorge López García
"El Malevólico" 




2 comentarios:

  1. Preciosa creatividad y magia tiene este cuento, abrazo y sonrisas Jorge.

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  2. Es...Es hermoso! Una bella y mágica forma de narrar el comienzo de un amor como el que se cierne sobre la luna y los lobos y los cantos que estos dedican al astro.
    Aún me queda mucho por aprender, para escribir textos tan bellos, pero el aprendizaje jamás termina.

    Un fuerte abrazo~

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