domingo, 10 de noviembre de 2013

Dragones en lucha...



Aldebarán brillaba intensamente en lo alto del cielo. Su luz tenía encantado al pequeño Marcos, quien jugaba a alcanzar las estrellas que se asomaban por la ventana de su habitación. Era cerca de la media noche y todos los habitantes del pueblo dormían bajo la luz vigilante de la luna llena. Todos excepto Marcos.
El insomnio lo había atrapado desde la noche anterior, mientras jugaba con su madre, unos minutos antes de ir a la cama. Mientras se ponía el pijama observó muchas luces que se movían en el cielo nocturno. Era la primera vez que veía las estrellas moverse, y como todo niño emocionado por lo que descubre, preguntó a su mamá, casi a gritos, por el suceso. Ella lo tomó en brazos, lo devolvió a la cama y con ternura lo cobijó para que descansara. Después dijo:
—Las luces en el cielo no son estrellas, mi amor. Son aviones que se dirigen a la gran guerra; lejos, muy lejos de aquí.
Marcos se quedó con más preguntas de las tenía antes de hablar con su madre, y al día siguiente, se pasó toda la mañana imaginando y buscando aquellos aviones en el cielo, en el patio, en las habitaciones de su casa y en todo lugar donde se encontrara, pues no sabía lo que era un avión, un ejército y menos una guerra. Al llegar la noche se propuso esperar en silencio; mirando hacia la ventana para volver a contemplar las luces que tanta curiosidad le causaban. Y fue después de la media noche cuando un resplandor intenso entró por la ventana e iluminó toda la habitación.
El sueño que pesaba en sus parpados se despabiló por completo y de inmediato sus grandes ojos escudriñaron el cielo en busca de cualquier objeto brillante, como si se tratara del radar de un barco pesquero en busca de cardumen. Después de un rato de buscar y sin el menor indicio de un destello, la mirada del pequeño se posó en la cumbre de un cerro que se alzaba por detrás de su casa, y entonces una luz azul se apareció entre los árboles, devolviendo una sonrisa a su rostro. Él no sabía que era imposible que un avión aterrizara sobre la modesta peña del pueblo, así que decidió emprender un viaje furtivo  para conocer lo que eran esas máquinas.
Después de un esfuerzo increíble para alcanzar la cima, el pequeño se sentó sobre una piedra con forma de manzana y mientras recuperaba el aliento buscó los aviones entre los arbustos. Todo el tiempo, desde que salió de casa, la luz intermitente sobre la peña le sirvió de guía para no perderse, pero ahora que había llegado a la cúspide, con desilusión descubrió que el lugar se encontraba vacío. En ese lugar no había ningún avión ni alguna otra cosa que pudiera volar, y hasta la extraña luz había desaparecido sin dejar rastro; sólo estaba él y un montón de grillos que repentinamente dejaron de cantar. El fuerte viento del norte que soplaba sobre su rostro, se detuvo y todo a su alrededor quedó en absoluto silencio. Una extraña calma presagiaba un acontecimiento importante.
A espaldas de Marcos, escondido en una cuenca modesta, se encontraba el pueblo de San Andrés, donde el pequeño vivía con toda su familia, y por delante de su persona, se extendía una planicie inmensa, llena de sembradíos de algodón y otros granos. A lo lejos, detrás de los campos, se veían las luces de la ciudad capital, con sus edificios y vida nocturna en todo su esplendor. Era la primera vez que un paisaje así se presentaba ante sus ojos que incrédulos se abrían exageradamente como si fueran a salirse de su órbita. La vista era maravillosa y el momento tan especial que Marcos hubiera permanecido contemplando la urbe por horas, de no ser porque un invitado inesperado le sorprendió.
La figura fantasmagórica de un hombre alto y corpulento, ascendía lentamente por la ladera del cerro hasta llegar a donde marcos permanecía inmóvil. La aparición emitía un resplandor azul igual al que lo guió desde su casa, y su cuerpo era traslúcido como el cristal de las ventanas. Esto le permitía al niño seguir mirando la ciudad a través de la aparición que lo envolvió en sus brazos y le dijo:
—No debes temer, Marcos. Yo soy el camino seguro, la verdad y la vida. Yo te protegeré.
Dicho esto, una luz intensa como la del mismo Sol se extendió en todo el horizonte, cubriendo completamente la ciudad y los campos a su alrededor. Los ojos del pequeño comenzaron a derramar profusas lágrimas al descubrir que detrás del resplandor, una descomunal cúpula de fuego se precipitaba al cielo, y en la base de ésta, terribles cortinas incandescentes de polvo y humo, avanzaban en todas direcciones; destruyendo todo lo que encontraban a su paso.
En menos de un minuto, la onda de choque y el estruendo generados por la explosión, alcanzaron las montañas cercanas, incluyendo la peña donde Marcos se encontraba. Un viento poderoso y caliente sacudió lo árboles con tanta fuerza, que todo lo que no estaba aferrado a las rocas más grandes y pesadas, salió volando por los aires; formando junto con la tierra suelta una oscura nube de polvo.
A pesar de toda la destrucción en las montañas y en la misma peña de San Andrés, el pueblo no sufrió daños por estar situado en la cuenca más baja de la cordillera, de igual forma Marcos se encontraba completamente ileso, y a pesar de que parecía desconcertado, su instinto le permitía imaginar la gravedad de la catástrofe; aunque no pudiera entender el motivo de tal hecho.
Sus lágrimas dejaron de brotar y una extraña calma se apoderó de él mientras permanecía en los brazos de su protector. Las luces del pueblo se prendían una tras otra con gran rapidez, y la casa del pequeño no fue la excepción.
—Tienes que regresar con tu mamá antes de que se preocupe por ti —dijo la aparición y lo cargó en sus brazos para llevarlo de vuelta a casa.
—¿Quién eres tú? —preguntó Marcos.
—Soy un amigo.
—Mi nombre es Marcos, y ¿cuál es el tuyo?
El nuevo amigo del pequeño, bajó por el cerro con gran rapidez entre la maleza de las barrancas y en cuestión de segundos llegaron hasta la ventana de la habitación, que aún permanecía abierta. Marcos dormía en el segundo piso de la casa; en la recamara junto al viejo pino del patio trasero, por donde descendió al comenzar su aventura.
El ser de luz se elevó como si de una pluma se tratara, y una vez dentro de la recamara, depositó su cargamento sobre la cama; en secreto le dijo su nombre, dibujando una sonrisa en el rostro de Marcos, la cual, se hizo más grande al ver la figura de su mamá en el umbral de la puerta.
Toda la familia se reunió en la sala, donde el padre de Marcos intentaba sintonizar alguna señal de radio o televisión para informarse de lo que ocurría. Un vecino, que escuchó la explosión mientras estaba en el baño, se dirigió a la misma peña que Marcos, y al mirar con sus propios ojos la destrucción de aquella detonación, regresó corriendo a tropiezos para contarle a todo el pueblo. La esposa de aquel señor, fue la encargada de hablar con la mamá de Marcos, quien aprovechó la oportunidad para salir al patio y buscar a su nuevo amigo.
Al enterarse de la noticia, la mamá de Marcos comenzó a llorar consternada por la tragedia y la incertidumbre del futuro de su propia familia. Después de despedir a su vecina, el pequeño se acercó a consolarla con un abrazo y en ese momento comenzó una singular conversación entre ambos. Marcos preguntó:
—Mami, ¿por qué lloras?
—Porque la leyenda se cumplirá: dragones invencibles llegarán a la tierra. —contestó su mamá.
—¿Por qué han de venir esos dragones? —preguntó Marcos con insistencia.
—Sí miras el cielo, podrás ver que se encuentra tranquilo; en completa paz, —la mamá de marcos señaló a la ventana— pero la tierra no lo está. Hay guerras interminables, robos sin parar y el caos se apodera de todo lugar, así que por eso los dragones vendrán a luchar.
—¿Cuantos vendrán, mami?
—Solamente vendrán dos, pero son más que suficientes. Uno será de fuego y mentira, y el otro será de luz y de verdad. Lucharan frente a frente y encarnizada será la batalla. El de fuego querrá la muerte y el de luz fría velará por salvar a la humanidad.
La sorpresa en el rostro de Marcos indicó a su mamá que era tiempo de terminar con la charla, así que le dijo:
—Hijo mío, cierra la puerta y vayamos con tu papá.
—Mami, ¡yo no quiero esto! —exclamó Marcos.
—No te preocupes, mi pequeño, pronto acabará.

Antes de cerrar la puerta, Marcos dirigió su mirada por última vez hacia la cima de la peña, donde ahora se encontraba su nuevo amigo, quien en un destello radiante de luz, se convirtió en un enorme dragón azul. El imponente dragón extendió sus majestuosas alas, comenzó a batirlas para levantar el vuelo y se fue alejando hasta perderse entre las montañas. Marcos confirmó las palabras de su madre; sin embargo, a diferencia de ella, el pequeño se sentía confiado del futuro que le esperaba.



Inspirado en el poema "Dragones en lucha" de Aldabaran (www.poemas-del-alma.com)




Jorge López García
"El Malevólico"




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